Como Miami se convirtió en Wuhan
Por: Jorge Ramos
Pocas veces ocurre que una de las principales noticias en el mundo está al salir de la puerta de tu casa. Pero este es el triste y trágico caso de los que vivimos en el estado de la Florida y, particularmente, en la ciudad de Miami. Aquí tenemos más contagios diarios de coronavirus que en cualquier otro lugar del planeta. Y no hay nada de qué estar orgullosos.
Lo hicimos todo mal. La cuarentena en la Florida no se hizo por el tiempo suficiente. Duró apenas un mes en casi todo del estado y seis semanas en los condados más poblados de Broward y Miami Dade. En comparación, en Wuhan, China, la cuarentena duró 76 días y el estado de alarma en España se sostuvo por más de tres meses. Otros estados y países aguantaron mucho más. Nosotros no.
Así es como Miami se convirtió en el nuevo Wuhan. El pasado 12 de julio se registraron 15,299 casos de coronavirus en la Florida, la mayoría en el condado de Miami Dade. Esto es mucho más en un solo día que los 12,200 que se habían contabilizado en el estado de Nueva York el 4 de abril. Estos son records mundiales de los que nadie puede presumir.
“Miami es ahora el epicentro de la pandemia”, dijo la doctora Lilian Abbo, la jefa de enfermedades infecciosas de los hospitales Jackson. “Lo que estábamos viendo en Wuhan hace seis meses, hace cinco meses, ahora nosotros estamos ahí.”
Comparar a Miami con Wuhan hubiera sido una locura a principios de año, cuando se dieron los primeros casos de la pandemia cerca de un mercado de esa ciudad china de 11 millones de habitantes. Pero ahora sabemos que ellos sí hicieron lo correcto para contener el virus y nosotros no.
Es casi imposible tener datos concretos y confiables sobre el número de contagios en Wuhan. Pero el periodista Chris Baraniuk, de la premiada revista The Scientist, cita un estudio que sugiere que pudieron haber sido más de 75 mil las personas contagiadas en Wuhan el pasado 25 de enero (muchas más que las 495 que se habían reportado oficialmente). En esos días se impuso una férrea cuarentena en Wuhan y, eventualmente, controlaron la pandemia.
Mientras, en Estados Unidos el presidente Donald Trump estaba en total negación. En una entrevista con la cadena CNBC el 22 de enero dijo, ingenuamente, sobre la pandemia: “Lo tenemos todo controlado…todo va a estar bien.” Fue falso. Tuvieron que pasar casi dos meses para que Trump declarara una emergencia nacional el 13 de marzo. De cualquier forma en que se vea, es hoy un rotundo fracaso tener más de 140 mil muertos y tres millones y medio de personas contagiadas en el país más rico del mundo.
Copiando el mal ejemplo del presidente Trump, el gobernador republicano de la Florida, Ron DeSantis, tomó la misma actitud permisiva y sin sentido de urgencia. Nunca hubo una orden a nivel estatal que obligara al uso de cubrebocas en lugares públicos y reabrió los negocios antes de tiempo. Los casos de Covid-19, por supuesto, empezaron a multiplicarse. Pero el gobernador se rehusó a reconocer sus errores y corregir. “No vamos a volver a cerrar”, sentenció a finales de junio.
En medio de la peor crisis a nivel mundial, la Florida está enviando el mensaje equivocado. Mientras que el parque de Disneylandia en Honk Kong volvió a cerrar por un rebrote de la pandemia, el de Disney World en Orlando sigue operando cuando se registran miles de nuevos casos de contagios diarios en la Florida.
Es como si, mágicamente, creyéramos que el virus va a desaparecer o que nuestro ferviente deseo de regresar a la normalidad va a terminar con contagios, hospitalizaciones, intubaciones y muertes en el estado del sol. Pero el siguiente contagiado o intubado podría ser cualquiera de nosotros. Nada más que un buen sistema de pruebas y rastreo rápido, combinado con el uso obligatorio de máscaras y distanciamiento social, nos puede mantener con vida hasta que se descubra una vacuna efectiva y segura. Pero es precisamente ese sistema el que no existe donde yo vivo.
Le hemos confiado nuestras vidas a un grupito de políticos que no parece saber lo que está haciendo y que está más preocupado por verse bien para las elecciones del 3 de noviembre. Pero nada puede ocultar la incompetencia y, menos aún, cuando los errores se miden en enfermedades y vidas de gente que conoces y quieres.