Doble moral: cómo lidiar con dictadores
La realidad es que el mundo es mucho menos democrático de lo que quisiéramos y que hay muchos dictadores con los que hay que lidiar. La pregunta es cómo.
Una manera de hacerlo es ignorarlos por completo. Esta es una posición cómoda hasta que el dictador empieza a molestar o a matar. Cuando eso ocurre, ya no es posible estar indiferentes.
Este fue el caso de los Estados Unidos frente al dictador libio Mohamar Gadafi. Cuando empezó a asesinar a sus opositores y los pobladores de Bengazi corrieron el riesgo de ser masacrados, el presidente Barack Obama decidió intervenir militarmente junto con Francia e Inglaterra. Y en esas andamos.
Pero Estados Unidos, al atacar Libia, dejó al descubierto una gran contradicción en su política exterior. A veces desafía a dictadores y a veces los abraza.
Es cierto que el gobierno de Barack Obama tomó el lado de los rebeldes en Egipto y en Libia. Pero, al mismo tiempo, apoya los regímenes autoritarios de Arabia Saudita y China, por citar solo dos ejemplos.
Eso suena a doble moral. Sin embargo, el presidente Obama no lo cree así. “No creo que haya una doble moral”, me dijo recientemente en una entrevista. “El mundo es un lugar muy grande y hay injusticias por todos lados. Lidiamos con países que no tienen el modelo de gobierno que a nosotros nos gustaría.”
¿Qué determina que Estados Unidos tenga una relación privilegiada con la familia real de Arabia Saudita y el dictador chino Hu Jintao y no con Gadafi y el exdictador egipcio Hosni Mubarak? La respuesta obvia es petróleo y comercio.
Pero, desde luego, a pesar de no tener el mismo sistema de gobierno, ni Arabia Saudita ni China son una amenaza inminente para los intereses norteamericanos. Así, las violaciones a los derechos humanos en esos países, la censura de prensa y la falta de democracia pasan a un segundo plano.
La realidad es que Estados Unidos no trata a todas las dictaduras de la misma manera. Escoge a cuales tratar bien y a cuáles no.
Veamos otro caso. El presidente de El Salvador, Mauricio Funes, decidió restablecer relaciones con la dictadura de Cuba poco después de tomar el poder. “Yo contruí relaciones con Cuba porque me parecía un déficit histórico con un país que ha sido solidario cuando lo hemos necesitado”, me dijo en una reciente conversación en San Salvador.
¿Pero cómo justifica Funes las relaciones con un país, como Cuba, que tiene prisioneros políticos, que censura brutalmente a la prensa, que no permite a sus ciudadanos viajar libremente fuera de la isla y que por más de cincuenta años ha estado gobernado solo por dos hermanos?
“Yo no establezco relaciones por el tipo de gobierno que hay en un país”, me dijo. “Yo tengo relaciones con los demás países y no significa que apoye la gestión de un presidente en particular.”
Durante la entrevista Funes mencionó un caso concreto en que El Salvador se había beneficiado de su relación con Cuba: la llamada Operación Milagro ha permitido que médicos cubanos provean tratamientos oculares y salven de la ceguera a los salvadoreños más pobres.
Eso lo entiendo. Pero no entiendo que Funes no quiera para los cubanos lo mismo que toda su vida ha peleado por los salvadoreños: democracia, prensa libre, libertad política y respeto a los derechos humanos. Eso me suena a una doble moral.
Cuando le pregunté a Funes si Raúl Castro era un dictador, no me quiso contestar. “Yo no tengo que meterme en política domestica”, me dijo diplomáticamente. Pero luego se abrió. “Si fuese periodista como tú probablemente soltaría un poco más la lengua y hablaría sin tomar en cuenta las relaciones de cordialidad que debo tener con los demás países.”
Funes fue periodista. Ya no lo es. Y no me quiso decir qué pensaba realmente de la dictadura cubana. “Yo estoy nada más asumiendo mi posición como presidente.”
Mi conclusión es que la mayoría de los países tienen relaciones con dictaduras y, lejos de defender la libertad y los derechos humanos como principio fundamental, toman decisiones pragmáticas y de conveniencia. No soy ingenuo. Sé cómo funciona el mundo.
El Salvador hace lo mismo que Estados Unidos. Protege a algunos dictadores y a otros los ataca. Es la política de la doble moral. Casi todos los países del mundo tienen esta contradicción en su política exterior. Así que, como han demostrado Egipto y Túnez, los pueblos que quieran liberarse de sus dictaduras tendrán que rascarse con sus propias uñas. Lo de Libia es una excepción.
Las dictaduras se rompen por dentro, no por fuera.