La Venezuela de Juan Pablo
Por Jorge Ramos
No sé si han visto el cartucho de una bomba lacrimógena. Es del largo de dos manos juntas, metálico y comienza en una punta. Tiene cerca de dos centímetros de diámetro. La policía los suele tirar a un lugar vacío para esparcir el gas y ahuyentar a manifestantes. Bueno, uno de esos cartuchos fue disparado a corta distancia al pecho de Juan Pablo Pernalete en Caracas, Venezuela.
Juan Pablo tenía 20 años y era un destacado basquetbolista. Había competido en Brasil, Argentina y Chile. Su objetivo era ir a jugar a la NBA en Estados Unidos. Su cuarto estaba lleno de medallas y diplomas. Además, tenía varios reconocimientos por su lucha en protección al medio ambiente. Era de esos hijos que uno ve y sonríe.
Pero un miércoles por la tarde lo mataron.
Juan Pablo, al igual que en los últimos dos meses, había ido a una manifestación contra la dictadura de Nicolás Maduro. Pero esta vez algo salió mal. Así me lo contó Elvira, su madre. “Juan Pablo muere por una bomba (lacrimógena) que le estrellaron en el corazón”, me dijo entre sollozos. “Por eso murió.”
El gobierno dio una versión distinta. El diputado oficialista y portavoz del chavismo/madurismo, Diosdado Cabello, le llamó “terroristas” y “asesinos” a los manifestantes que, como Juan Pablo, protestaban ese día por la Plaza Altamira en Caracas. Luego, en televisión, aseguró que “no estaba la Guardia Nacional ahí.”
Elvira brinca cuando le pongo un video con las declaraciones de Diosdado. Mi hijo “no es un terrorista”, me dice. “A nuestro hijo lo asesinó un Guardia Nacional… No acepto que nadie venga a manchar la memoria de mi hijo. Me lo asesinaron y este dolor nunca va a pasar. No hay derecho a quitarle la vida a un ser humano por querer un mejor país.”
En un asombroso acto de desafío -particularmente en un país donde el más mínimo cuestionamiento a las políticas oficiales es visto como traición- la Fiscal General, Luisa Ortega, se puso del lado de las víctimas: “De acuerdo a nuestra investigación la muerte del estudiante se produce por un shock cardiogénico por traumatismo cerrado del tórax.”
Traducción: Juan Pablo muere por una bomba lacrimógena dirigida a su pecho. Y solo la Guardia Nacional tiene ese tipo de bombas.
José Gregorio, el padre de Juan Pablo, quiere ir más allá de saber la verdad. “Las investigaciones dan como cierto que a nuestro hijo lo mató un Guardia Nacional,” me dijo. “Que asuman la responsabilidad respecto al hecho.” Ella: “Nosotros ahora lo que queremos es justicia. La verdad salió por más que traten de manipular.”
La pregunta -la gran pregunta- en Venezuela es el desenlace. Tras más de dos meses de protestas y decenas de muertos ¿qué sigue? Por el momento parece imposible que las cosas regresen a una precaria normalidad. Nada es normal hoy en día en Venezuela.
Por supuesto, un escenario es la caída de la dictadura; por la presión de las manifestaciones y el descontento popular, incluso entre chavistas, o por la media vuelta de los militares que no quieren seguir matando jóvenes. Pero otro escenario, posible y brutal, es una masacre de enormes proporciones -un día de luto, de esos que quedan en los libros de historia- y luego paz en base a balas.
Cuando un gobierno mata a los más jóvenes, esos mismos jóvenes se encargarán de cambiar a su gobierno. Los dos no caben en el mismo país. En la Venezuela que se imaginó Juan Pablo no caben Maduro, Diosdado y sus matones.
Cuando un político llega al poder suele venderles a sus ciudadanos una idea de país. Lo hizo igual Donald Trump y Barack Obama que Fidel Castro y Hugo Chávez. En el caso de Maduro no fue así. Lo puso Chávez de dedazo y su única promesa fue dejar las cosas como estaban. Pero no pudo. El país se le fue de las manos.
Ahora los venezolanos tienen una decisión muy fácil. ¿Cuál Venezuela prefieren, la de Maduro o la de Juan Pablo? Miles, millones quizás, ya escogieron en las calles.
¿En qué termina esto José Gregorio? “Ellos (los jóvenes como Juan Pablo) están luchando por sus ideales. Ellos son los dueños de su propio futuro. La historia les dará la razón.” Elvira solo baja la cabeza y le oigo un suave “Amén.”