El odio es contagioso
Nadie me lo contó. Yo lo viví. Primero Donald Trump me dijo “Regrésate a Univision” -que son palabras cargadas de odio- y pocos segundos después, tras haber sido expulsado de una conferencia de prensa en Iowa, uno de los seguidores de Trump me gritó: “Lárgate de mi país.”
Interesante su comentario porque, al igual que él y Trump, yo también tengo pasaporte de Estados Unidos. Estoy convencido que si Trump no me hubiera dicho nada, su simpatizante tampoco me habría gritado e invitado a salir de Estados Unidos. El odio es contagioso.
Desde que Trump lanzó su candidatura presidencial el 16 de junio del año pasado he notado muchas muestras de odio en contra de inmigrantes en Twitter y Facebook. Cada vez que escribo un comentario, publico una columna o participo en una entrevista, mis cuentas se llenan de ofensas y groserías que no había escuchado en mis 33 años en Estados Unidos.
Trump ha creado un espacio que es el paraíso de los troles; activa y legitima los prejuicios de muchos estadounidenses. Esto se llama teoría de la activación. Lo aprendí de un magnífico artículo de Sanam Malik del Center for American Progress “Cuando figuras públicas en posiciones de influencia promueven el odio, algo dañino ocurre”, escribió Malik. “Ellos legitiman conductas socialmente inaceptables, normalizan el odio y por lo tanto promueven la violencia.”
Primero fue Trump quien dijo una total falsedad: “Cuando México envía a su gente, no están enviando a los mejores…Ellos traen drogas. Ellos traen el crimen. Son violadores. Y algunos, supongo, son gente buena.” Y ahora muchos estadounidenses están repitiendo esas mentiras. (Sí, son mentiras; la gran mayoría de los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos no son narcotraficantes, criminales o violadores.)
El mismo efecto negativo también podría ocurrir contra los musulmanes que viven en Estados Unidos. Trump llamó el 7 de diciembre por un “cierre total y completo a los musulmanes que quieran entrar a Estados Unidos” Es decir, Trump quiere hacer de la discriminación religiosa algo oficial y propone prohibir la entrada a 1,500 millones de musulmanes en el mundo. Poco después, en marzo de este año, dijo a CNN: “Creo que el Islam nos odia.”
Las palabras importan. Tienen consecuencias. Ese tipo de discursos solo refuerza los estereotipos y prejuicios que algunos estadounidenses ya tienen contra los musulmanes. El número de ataques de odio contra musulmanes en Estados Unidos se ha triplicado -38- desde los actos terroristas en noviembre pasado en París, según un estudio de la universidad estatal de California en San Bernardino, publicado por The New York Times y citado en el artículo de Malik.
Es muy peligroso cuando un candidato presidencial ataca a un grupo étnico -como Trump lo ha hecho contra inmigrantes mexicanos y contra musulmanes- porque sus seguidores pueden seguir su ejemplo o, peor, actuar con violencia contra ese grupo. Y no veo, por ahora, ninguna disminución en ese tipo de discursos.
Esta es una de las campañas presidenciales más divisiva y radical que me ha tocado cubrir como periodista. Y si no hacemos bien nuestro trabajo, el riesgo para el país es enorme. Tenemos que hacer preguntas más duras a Trump, más repreguntas y retarlo constantemente. Hay que denunciar, y con fuerza, cualquier expresión de racismo y sexismo, venga de donde venga.
Como reporteros no podemos cometer los mismos errores que antes de la guerra en Irak en marzo del 2003. Debimos haber presionado mucho más al entonces presidente George W. Bush para qué explicara dónde estaban las supuestas armas de destrucción masiva y para que hablara de sus planes después de la invasión. Miles de muertos después, todavía hoy estamos sufriendo los efectos de esa mala aventura militar y de nuestras pocas preguntas.
Igual ocurrió en Venezuela en 1998. Hugo Chávez ganó las elecciones presidenciales con muy poca resistencia de la prensa, gobernó como un caudillo y se atornilló en el poder hasta su muerte en el 2013. El fenómeno mediático de Chávez en Venezuela tiene muchos puntos en común con el de Trump en Estados Unidos.
Trump -como el fallecido Chávez- está usando el odio para avanzar políticamente. Trump lo ha hecho contra inmigrantes mexicanos y musulmanes; Chávez lo hizo contra sus opositores políticos y todo aquel que no pensaba como él. Y una vez que el odio se contagia, es muy difícil sacarlo del corazón.