El presidente más pobre y la marihuana
Es la primera vez en que me he tenido que quitar la corbata para entrevistar a un presidente. Lo que pasa es que José Mujica -a quien muchos llaman en Uruguay “el presidente Pepe”- es de una especie política distinta. La corbata, me dijo, “ya no cumple la función por la cual surgió” (y que era cerrar camisas sin botones). “Cuando supe la historia de la corbata”, añadió, “me pareció un rasgo de coquetería masculina”. Y la desechó. Su reciente discurso en Naciones Unidas lo dio sin corbata y yo hablé con él horas después.
Mujica es, sin duda, uno de los presidentes más pobres del mundo. Regala el 90 por ciento de su salario a obras de caridad y se queda, nada más, con unos mil dólares por mes. No sé de ningún otro mandatario que se quede con tan poco. “Soy sobrio en la manera de vivir, aunque no lo pretendo imponer a nadie”, me dijo en una entrevista durante su reciente viaje a Nueva York. “La vida es para andar liviano de equipaje, poco comprometido con las cosas materiales y para asegurarse el mayor margen posible de libertad individual.” Como ven, es también un presidente filosófico.
No vive en el palacio presidencial sino en su casa de siempre; tres habitaciones, cocina y un solo baño, nada más. El y su esposa no tienen servicio. “Yo me puedo levantar de noche para ir al baño en calzoncillos.”
Algunos le llaman el Nelson Mandela de Sudamérica porque, al igual que el recién fallecido líder sudafricano, Mújica se rebeló agresivamente contra una dictadura (militar) y pasó muchos años en la cárcel, 15 para ser exactos. Fue guerrillero Tupamaro, recibió seis balazos y en un momento en su vida creyó que el mundo podía cambiarse con violencia. Ya no. Se opuso al reciente plan norteamericano de bombardear Siria.
“Les dije que lo bueno era bombardear con leche en polvo, con comida, con atención médica.”
Mujica es un demócrata que, a pesar de todo, se resiste a criticar la dictadura de los hermanos Castro. “Yo defiendo a todos los pueblos latinoamericanos.” ¿No es hora que se vayan Fidel y Raúl del poder en Cuba? “Se van a ir, no se preocupe que se van a ir.”
Uruguay es una de las naciones más liberales del planeta. El aborto es legal, al igual que el matrimonio entre personas del mismo sexo. Y en los últimos días Uruguay se ha dado a conocer por ser el primer país del mundo en legalizar la producción, distribución, venta y consumo de mariguana. Para el presidente Mújica esto es un “experimento”.
Mújica es el único presidente en el mundo en hacer lo que otros hacen cuando dejan el poder. América Latina está llena de ex presidentes que ahora apoyan la legalización de las drogas pero que, cuando estaban en el poder, nunca se atrevieron a hacer nada.
La legalización de la mariguana, sin embargo, no tiene el apoyo popular en Uruguay. Seis de cada 10 uruguayos, según varias encuestas, se oponen a esa medida. “Tienen miedo”, explica Mujica, “pero nosotros tenemos mucho más miedo a la existencia del narcotráfico. Es mucho peor el narcotráfico que la droga. La droga la puedo controlar.”
Mujica dice que nunca ha probado mariguana. “Soy antiguo; he fumado tabaco.” ¿La probaría? “Sí, no tendría ninguna clase de prejuicio. Pero yo no creo que la mariguana sea buena. Es más, estoy convencido que es una plaga, como el tabaco y el alcohol.” Su lógica es esta: si se regula el alcohol y los cigarros ¿por qué no la mariguana? El temor es que Uruguay se convierta, como Amsterdam, en un destino mundial de narcoturismo. Pero a él no le preocupa; los turistas no podrán comprar mariguana en Uruguay, me dijo.
Su camisa blanca estaba arrugada y su traje claro llevaba las manchas de un largo e intenso día de trabajo. Los 20 minutos que me habían asignado para la entrevista habían terminado pero el presidente Pepe quería seguir hablando. Otro presidente lo esperaba. El no tenía prisa.
¿Cuál es el secreto de estar tan bien a los 78 años de edad? “Debe ser genético”, me dijo riendo y luego se tocó el corazón. “Yo me siento bastante joven de acá. En mi cuerpito voy sintiendo los años, el reumatismo, todo eso. Pero me siento con fuerza.” Le dije, como despedida, que me daba la impresión que seguía pensando como un joven, que aún tenía ese optimismo tan adolescente de creer que las cosas se pueden cambiar. “Soy un luchador”, coincidió, “un enfermo de sueños.”