Falta un año
Tranquilos. La pelea por la Casa Blanca es tan fiera que parecería que las elecciones presidenciales son mañana. Pero no. Falta un año.
Todavía hay tiempo para separar a los improvisados de los más preparados y a los bullys de los verdaderos líderes. Estar al frente del país más poderoso del mundo no es cualquier cosa. Miles de millones de vidas, literalmente, están en sus manos.
Pero lo primero que me llama la atención de esta campaña electoral es que los candidatos no reflejan a la población, ni en género, ni en grupos étnicos ni en temas. De los 22 candidatos que había en un momento (17 Republicanos y 5 Demócratas), solo dos son mujeres: la Republicana Carly Fiorina y la Demócrata Hillary Clinton.
En un país donde hay más mujeres (161 millones) que hombres (156 millones), según datos del 2013, es desilusionante y preocupante que ni siquiera el 10 por ciento de los aspirantes presidenciales sean mujeres.
Lo mismo ocurre respecto a los grupos étnicos. La presidenta del partido Demócrata, Debbie Wasserman Schultz, me dijo en una entrevista que ellos son “el partido de la diversidad.” Sin embargo, en el último debate presidencial entre Demócratas no vi a ningún candidato latino, afroamericano o asiático. Sí, es cierto, Barack Obama fue el primer presidente afroamericano de la historia. Pero eso ocurrió en el 2008. ¿Qué han hecho desde entonces los Demócratas para preparar a candidatos presidenciales de las minorías? Aparentemente no mucho.
Entre los candidatos Republicanos hay más diversidad. El neurocirujano, Ben Carson, es afroamericano y, por primera vez, hay dos candidatos latinos buscando la presidencia, el senador Ted Cruz y el senador Marco Rubio. Ambos son hijos de inmigrantes. Y el gobernador Bobby Jindal también es hijo de inmigrantes (de la India).
Desafortunadamente ni Cruz ni Rubio apoyan la legalización de la mayoría de los 11 millones de inmigrantes indocumentados. No entiendo por qué no le quieren dar la oportunidad de regularizar su situación a los inmigrantes que llegaron después de sus padres.
Para que el partido Republicano haga las paces con los latinos es necesario, primero, que apoye algún tipo de reforma migratoria. Pero tercamente se resiste. Esto a pesar de que la mayoría de los votantes Republicanos (57%) apoya darle la ciudadanía o la legalización a los indocumentados, según la última encuesta del New York Times. Es decir, casi todos los candidatos del partido Republicano no piensan como la mayoría de sus votantes.
La resistencia es tal que el nuevo líder de la cámara de representantes, el Republicano Paul Ryan, prometió bloquear cualquier plan de legalización hasta el 2017. “No habrá ninguna reforma migratoria bajo el presidente (Obama)”, le dijo a la revista National Review. Empieza mal Ryan. Eso no demuestra ninguna voluntad política de resolver uno de los principales problemas del país. Ryan, si quiere tener éxito como un líder nacional, tiene que alejarse de las ideas de Donald Trump.
Sin embargo, tenemos que reconocer que los primeros meses de la campaña presidencial en Estados Unidos estuvieron marcados por las alocadas, insultantes e ignorantes declaraciones de Donald Trump sobre los inmigrantes. Tendrá muchos millones pero no entiende hacia dónde va este país.
Para el año 2055 los blancos -con quienes Trump espera ganar la presidencia- serán una minoría más.
En 40 años todos seremos parte de una minoría y el cambio ya se siente. Sin latinos no hay Casa Blanca. Trump asegura que los hispanos lo aman. No es cierto. ¿Cómo lo van a querer con tantos insultos?
Una encuesta de AP dice que solo el 11 por ciento de los hispanos tiene una opinión positiva de Trump. Eso no es suficiente para ganar la Casa Blanca. Mitt Romney obtuvo el 27 por ciento del voto latino en el 2012 y perdió. Y a John McCain tampoco le alcanzó el 31 por ciento del voto hispano para ganar en el 2008.
Es imposible que Trump llegue a la Casa Blanca con solo el 11 por ciento de los latinos. Hay nubes en Trumplandia.
Qué campaña tan rara con tantos candidatos tan alejados de los votantes. Pero calma; falta mucho para la elección. Un año. Los extremos casi siempre se van y las elecciones se ganan con el voto de los que están en el centro.
A cruzar los dedos. No. Mejor a votar.