La mano de Obama
Nashville, Tennessee. Esta es la tierra de la música country. La calle que cruza esta pujante ciudad por la mitad está inundada de bandas tocando música en vivo y de gente buscando fiesta. Este no era el lugar ideal para hablar con el presidente Barack Obama sobre tortura, racismo e inmigración. Pero los presidentes no lo pueden controlar todo.
Es falso que los presidentes son todopoderosos. En mi carrera he entrevistado a decenas de mandatarios y la principal queja que escucho es la misma: la gente se sorprendería del poco poder que tienen los presidentes en una democracia. Barack Obama, el hombre más poderoso del mundo, no es la excepción.
El presidente, me consta, hubiera querido una reforma migratoria para legalizar a la mayoría de los 11 millones de indocumentados. Pero no pudo. Los Republicanos lo bloquearon. Por eso tomó una “decisión ejecutiva” de proteger de la deportación a más de cuatro millones de indocumentados. “No vamos a separar familias”, me dijo. “Nos vamos a concentrar en los criminales, en nuestras fronteras, en los que quieran venir ahora.”
Primero el agradecimiento: 89 por ciento de los votantes latinos apoya la decisión del presidente. Pero a nivel personal (y esta es solo mi opinión) ojalá Obama hubiera tomado esa decisión antes de deportar a más de dos millones de indocumentados en seis años -más que cualquier otro presidente y destruyendo miles de familias- y se lo dije. El, en cambio, cree que no he reconocido su esfuerzo. Y me lo dijo. “Cuando lo presentas de esa manera”, me aclaró, “es un equívoco porque supones que el proceso político depende de una sola persona, y así no funcionan las cosas.”
Esta imposibilidad presidencial de cambiar las cosas a su antojo también se aplica al racismo. Las recientes muertes de dos jóvenes afroamericanos -Michael Brown y Eric Garner- a manos de policías blancos demuestran que, triste y trágicamente, en Estados Unidos el color de piel sigue importando. “Los prejuicios raciales y la discriminación están metidos muy profundamente en nuestra sociedad”, me explicó. Pero el primer presidente afroamericano cree que ha habido una notable mejoría en los últimos 20 años.
“¿Usted ha sido discriminado?” le pregunté. “Por supuesto”, me contestó. “Sería muy difícil crecer en Estados Unidos sin haber tenido la experiencia de la discriminación. Pero lo que sí sé es que en mi vida las cosas han mejorado y van a continuar mejorando.”
Y si bien es cierto que hay muchas cosas que los presidentes no pueden cambiar de la noche a la mañana –como las actitudes racistas y antiinmigrantes- hay otras en las que sí pueden influir inmediata y directamente, como el prohibir la tortura. Un reporte del Senado norteamericano establece que después de los actos terroristas del 2001, la CIA y el gobierno del presidente George W. Bush torturaron a decenas de detenidos: hubo piernas rotas, simulacros de ahogamiento, los alimentaban por el recto y hasta una persona murió de frío, luego de pasar horas mojado y encadenado a una plancha de cemento.
En la entrevista el presidente Obama describió esto como “actividades brutales.” Luego añadió que “hicimos algunas cosas que traicionan lo que somos como nación.” Por eso tomó la controversial y difícil decisión de permitir que el reporte sobre la tortura se hiciera público.
A los días de haber llegado a la Casa Blanca en el 2009, la tortura fue prohibida por el gobierno de Obama. “Puedo decir categóricamente que cualquiera que esté involucrado en una conducta como esta (-tortura-) estaría violando mis órdenes como presidente de Estados Unidos, sería acusado y estaría rompiendo la ley”, me dijo.
Esto es un gran cambio. Esto es algo que un presidente sí puede y sí debe hacer. Esto es algo que va a diferenciar claramente la presidencia de George W. Bush frente a la de Barack Obama. En ambas tuvieron que enfrentar el racismo. En ninguna de las dos se logró una reforma migratoria. Pero en una se torturó y en la otra no. Esa es la mano de Obama.
No, los presidentes no tienen todo el poder que quisieran. Pero las cosas que sí pueden hacer se miden en vidas humanas y en dignidad personal. Y ese poder es más que suficiente.