Lecciones de la China y de la India
Mientras en Estados Unidos sus políticos se pelean y se tratan de poner de acuerdo –desde el presupuesto, Libia e inmigración- en China y en la India no paran de crecer y ver hacia adelante. Y cuando nos demos cuenta, será ya muy tarde y nos habrán rebasado irremediablemente.
En los últimos dos meses estuve viajando por China y la India y no dejo de maravillarme por la vitalidad, energía y clara dirección que muestran esos dos países en su crecimiento económico. Más aún cuando comparas los avances chinos e indios con la recesión europea y la indecisión estadounidense.
Lo primero que me llamó la atención tras aterrizar en Shanghai fueron sus carreteras. Desde el modernísimo y eficiente aeropuerto –donde puedes calificar con una carita feliz o una enojada al agente migratorio que te atiende- hasta el centro de la ciudad, lo recorrí en carreteras construidas en segundos pisos. Pero eso no fue la excepción.
A donde voltees a ver parece haber edificios levantándose. Literalmente, el cielo es el límite para los chinos.
Sorprende que nunca paran de trabajar –hay hasta tres turnos seguidos en la construcción de obras públicas y rascacielos- y es obvio que invierten gigantescas cantidades de dinero en este tipo de obras.
El capitalismo de estado de los chinos -con un solo partido político, control absoluto del ejército y la policía, y claras restricciones a la libertad de prensa- ha generado una economía extraordinariamente dinámica donde no se vale cuestionar la dirección que lleva el país. Shanghai ya no es tan distinto a Hong Kong, que apenas dejó de ser británico en 1997 y sigue siendo un impresionante puerto e impulsor financiero para el resto de Asia.
Algo que los chinos han entendido muy bien es que, en una nación con 1,360 millones de personas, es preciso tener un sistema que emplee y de un razonable estándar de vida a la mayoría. Sus salarios y derechos son mínimos, comparados con los países más desarrollados, pero al final de cuentas China crece. Y mucho.
Me llevé al viaje el libro Oriente de Pablo Neruda -¡genial!- y sus descripciones de la endrogada y sexualizada Shanghai de 1928 contrastan con la ciudad limpia y próspera de hoy en día. “Lo importante era ver qué pasaba en Shanghai por la noche”, escribió el poeta chileno, que en ese momento era cónsul (muy) pobre de su país. “Las ciudades de mala reputación atraen como mujeres venenosas. Shanghai abría su boca nocturna para nosotros, provincianos del mundo, pasajeros de tercera clase con poco dinero…”
La China que me encontré hoy en Shanghai y Hong Kong hablan de un país que hace mucho decidió que para sobrevivir y dominar había que crecer económicamente, emplear a su población y no cuestionar casi nunca esa dirección.
La India, en cambio, es la democracia más grande del mundo y se nota. Cuando llegas a la India tienes esa abrumadora sensación de que has llegado al lugar más diverso, intenso y misterioso del planeta. No hay nada como perderse en los olores y colores de una anónima multitud mientras buscas el sagrado río Ganges en Varanasi. Nada impresiona tanto como un par de vacas que vi comiéndose las cenizas, aún calientes, de un incinerado.
Nada te maravilla, al extremo de abrir imperceptiblemente la boca, como el notar todas las tonalidades de blanco que pinta el sol sobre los mármoles del Taj Mahal en Agra. La India te chupa tanta energía en las tareas más sencillas (como caminar en el mercado público de Nueva Delhi, ir a un templo hindú o buscar comida) que resulta casi imposible concentrarse en algo fuera de ahí.
El reto de la India es incomparable: ¿cómo salen adelante 1,200 millones de seres humanos en un país donde conviven los pobres más pobres que he visto y una ferviente y extendida religiosidad? India, como China, ha entendido que para sobrevivir es preciso emplear su exceso de mano de obra y vender esa capacidad textil y manufacturera al mundo. Más de una vez me ha contestado alguien en la India cuando llamo con una pregunta a una empresa local.
Pero la India ha dado un paso más allá, poniendo un extraordinario énfasis en la educación de científicos e ingenieros. Es imposible pensar en otro país que, como la India, está tan amarrado al pasado y, al mismo tiempo, surfea en el mismísimo borde del desarrollo digital.
Dejé China y la India con la misma sensación de asombro. Qué manera de crecer y entender el futuro, pensé.
Pero también es preciso concluir que si Estados Unidos no corrige rumbo, y rápidamente, el liderazgo tecnológico, económico y militar que ha ejercido en más de medio siglo está en peligro de desaparecer. Lo peor de todo, creo, es que los estadounidenses –tan absortos en sus propios problemas- ni siquiera se han dado cuenta que China y la India están a punto de sobrepasarlos. Eso es lo que aprendí por allá.