Mexicanos sospechosos
No es fácil ser mexicano estos días. Si vives en México, estás en uno de los países más violentos del continente y, quizás, uno de los más corruptos. Y si vives en Estados Unidos es muy posible que alguna vez te hayan discriminado y hasta perseguido, si no tienes permiso de trabajo, visa o tarjeta de residencia.
Hay poco que celebrar. Pero cuando lo hay, nadie nos para. Por eso llama la atención la fiesta cibernética por los cuatro Oscares ganados por el director de cine, Alejandro González Iñárritu (3) y el director de fotografía, Emmanuel Lubezki (1). Estos Oscares siguen a los dos ganados el año pasado por el mismo Lubeski y por el director Alfonso Cuarón.
Los mexicanos somos buenos para las fiestas. Nuestras fiestas son inversamente proporcionales a nuestras broncas; mientras más problemas haya, más las disfrutamos. “Es significativo que un país tan triste como el nuestro tenga tantas y tan alegres fiestas”, escribió Octavio Paz en su Laberinto de la Soledad. “Entre nosotros la fiesta es una explosión, un estallido…No hay nada más alegre que una fiesta mexicana.”
Pero en este 2015 la fiesta de los mexicanos, más que en Hollywood, fue en las redes sociales. Hubo, literalmente, millones de felicitaciones en Twitter y Facebook a los ganadores del Oscar. Pero, también, nuestras fiestas son una forma de protesta. Las aprovechamos para quejarnos y desahogarnos. Otra vez Paz: “En el remolino de la fiesta nos disparamos. Más que abrirnos, nos desgarramos.”
El discurso de Iñárritu al aceptar uno de los Oscares canalizó el enojo y frustración que sentimos muchos mexicanos en ambos lados de la frontera. “Quiero dedicar este premio a mis compatriotas mexicanos, a los que viven en México”, dijo Iñárritu, “y rezo para que podamos encontrar y construir el gobierno que nos merecemos.”
El hashtag #ElGobiernoQueNosMerecemos se hizo tendencia en México. La crítica al actual presidente fue clara. Más de 37 mil mexicanos han sido asesinados desde que Enrique Peña Nieto llegó el poder; esa es la “mexicanización” y el “terror” que tanto teme el Papa Francisco para su Argentina. Además, con una elección cuestionada por trampas y graves acusaciones de conflicto de intereses, Peña Nieto no es un presidente de Oscar. Si tenemos dos directores de cine de Oscar ¿por qué no hemos podido encontrar a un buen director de país?
La segunda parte del discurso de Iñárritu, sobre los inmigrantes mexicanos viviendo en Estados Unidos, fue igualmente fuerte. “Solo rezo para que sean tratados con la misma dignidad y respeto”, dijo el director de Birdman, “como los que llegaron antes y construyeron esta increíble nación de inmigrantes.” La crítica no pudo haber llegado en mejor momento.
Más de la mitad de los 11 millones de indocumentados en Estados Unidos, son mexicanos. Viven perseguidos y en la oscuridad. Y actualmente congresistas y gobernadores Republicanos, en su mayoría, están tratando de bloquear la acción ejecutiva del presidente Barack Obama que ayudaría a millones de estos mexicanos. Es duro y desesperante ser mexicano y no tener papeles en Estados Unidos.
La broma de Sean Penn al entregar el Oscar a Inarritu –“¿Quién le dio su tarjeta de residencia a este bastardo?”- cayó tan mal porque refleja la xenofobia y rechazo de muchos norteamericanos a los inmigrantes mexicanos. No hizo reír a nadie. Es la misma frase que se escucha en los campos de cultivo, en hoteles y restaurantes, en sitios de construcción y en cualquier lugar donde trabajen mexicanos.
En una entrevista de televisión, luego del premio, le preguntaron a Iñárritu sobre lo extraño de que dos mexicanos, consecutivamente, hayan ganado un Oscar como mejor director.
“Eso es sospechoso”, respondió con humor. Pero, efectivamente, estos Oscares destruyen muchos de los estereotipos sobre los mexicanos.
No es fácil ser mexicano, ni dentro ni fuera de México. Pero cuando las cosas son difíciles, los triunfos son más ricos, tienen más impacto y las fiestas son un reventón. Por ahí, entre tequilas y tuits, volví a oír la frase: el éxito es la mejor venganza.