Miss Universo al rescate
“GANAMOS”, repetía. El grito era tan potente que lo escuchaba a través del celular de otra persona, no el mío. Era una venezolana que celebraba el triunfo de su compatriota, Gabriela Isler, en el concurso Miss Universo. Los gritos no paraban.
En Twitter la celebración de los venezolanos parecía una fiesta. Como si se tratara de su misma hermana. Me pareció una exageración, un festejo desproporcionado. Pero era, en realidad, la primera buena noticia para los venezolanos en mucho tiempo.
Mientras Miss Venezuela era coronada como la mujer más bella del mundo en Moscú, lugar del certamen, en Caracas era liberado el corresponsal extranjero del diario Miami Herald, Jim Wyss. Pasó dos días detenido por el gobierno del presidente Nicolás Maduro solo por reportar sobre el contrabando, los saqueos y el desabastecimiento en todo el país. Exacto, creen que arrestando periodistas se acaban las malas noticias.
Un día antes el presidente Maduro acusó a una tienda de aparatos electrodomésticos de vender a sobreprecio y ordenó su “ocupación”, cambió los precios y miles se lanzaron a buscar las supuestas ofertas. ¿El resultado? Tumultos, saqueos y otra empresa venezolana más que se va al borde del la quiebra.
Venezuela produce muy poco. Casi todo lo importa con el dinero que ganan del petróleo. El control oficial del dólar ha creado una nueva clase de millonarios chavistas y una enorme red de corrupción dentro del gobierno. Mientras tanto, la industria nacional y los pequeños negocios mueren lentamente y los venezolanos, como los cubanos, se pasan el día de tienda en tienda buscando mercancías y productos que ya no encuentran.
Venezuela está en un callejón sin salida: le urge un cambio pero no hay ninguno a la vista. Todo mundo se burla de Maduro y de su lengua que parece tener vida propia pero, aún con todas sus incapacidades, ocupa el poder. Ahora Maduro pretende gobernar sólo con una ley habilitante que le da poderes de tirano. Y la oposición, dividida y debilitada, no ofrece muchas opciones más que esperar.
El problema de Venezuela es muy sencillo. El tiempo de salir a la calle para recuperar el poder ya pasó. Ese momento era el miércoles 17 de abril, tres días después de las elecciones presidenciales de este año que, de manera fraudulenta, se robó Nicolás Maduro. (50.61 por ciento le dieron los resultados oficiales del Consejo Nacional Electoral que él controla.)
Henrique Capriles, el candidato opositor, en una polémica decisión, canceló una marcha de protesta para ese 17 de abril debido a que, según me dijo en entrevista, tenía información que el gobierno iba a ocasionar varias muertes. Esa decisión cambió la historia y dividió a la oposición.
“Al retractarse aquel miércoles 17 (Capriles) nos dio una terrible señal” se le oyó a la diputada opositora María Corina Machado en una grabación. Leopoldo López, ex alcalde de Chacao y duro opositor del chavismo, me dijo en una entrevista que él tampoco estuvo de acuerdo con la decisión de Capriles.
Imposible saber si el gobierno planeaba actuar con violencia ese día. Imposible saber, también, si el chavismo sin el difunto presidente Hugo Chávez hubiera aguantado un protesta de esa magnitud contra el fraude en las elecciones presidenciales. Todo son especulaciones. El caso es que la oposición decidió no jugar y perdió ese momento.
Ahora no les queda más remedio que esperar dos años (para ver si pueden sacar a Maduro en un referéndum revocatorio) o cinco años a que termine su mandato. Un golpe de estado es impensable y estúpido. Eso no lo hacen los demócratas. Y es poco probable el escenario de una rebelión popular o un ajuste de cuentas dentro del chavismo-madurismo.
Mientras, Maduro sigue de presidente. Un día se le ocurre crear un ministerio para la felicidad, otro se cae de una bicicleta, uno más inventa palabras y al siguiente quiere reinventar Twitter. Es un chiste y los países no se gobiernan con chistes. En otras palabras, Maduro no es Chávez. Y la Venezuela del desabasto, de la peor inflación del continente, del crimen rampante y de la corrupción desenfrenada no tiene ninguna posibilidad de mejorar así.
Ciertamente hay muchas cosas que no funcionan en Venezuela. Pero lo que sí funciona es su industria de crear reinas de belleza. Siete de ellas han ganado el Miss Universo. (Solo Estados Unidos tiene una más.)
Así que, por ahora, Venezuela hace bien en celebrar a su Miss Universo. A ver cuánto dura la fiesta. El problema es que ella sola no puede rescatar a todo un país. Para eso se necesitan muchas más faldas y pantalones.