Obama en Cuba
¿Cómo no voy a querer que haya democracia en Cuba, que los cubanos no sean reprimidos ni censurados, y que los dictadores Raúl y Fidel se pudran en una cárcel? La gran ilusión es que la reciente apertura de Estados Unidos hacia Cuba y el próximo viaje del presidente Barack Obama a la Habana logren un cambio en la isla.
Pero, la verdad, es que la isla sigue siendo una brutal dictadura y no ha hecho ni un solo cambio significativo desde que reabrió su embajada en Washington.
No hay visitas milagrosas. Muchos creyeron, equivocadamente, que la visita del Papa Juan Pablo II en 1998 promovería un cambio democrático. “Que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba”, pidió el Papa. Pero Cuba no se abrió a nada. Tampoco lo hizo con la visita el año pasado del Papa Francisco. El pontífice argentino se comportó con un incomprensible servilismo, no se quiso reunir con disidentes y hasta llamó presidente al dictador Raúl Castro.
Algo tiene Cuba que le hace morderse la lengua a muchos. El escritor colombiano, Gabriel García Márquez, defendió hasta su muerte a Fidel, un tirano que bien pudo haber sido el protagonista de su novela El Otoño del Patriarca. Si dos Papas y un premio Nobel no movieron ni un poquito al régimen cubano, mis esperanzas de que lo haga un presidente estadounidense que ya va de salida son muy pocas.
Ojalá me equivoque. De verdad. Pero miles de cubanoamericanos también tienen sus dudas. El 40 por ciento de los cubanos que vive en Estados Unidos rechaza la nueva política de la Casa Blanca hacia Cuba, según una encuesta nacional de Bendixen y Amandi. ¿Por qué? Primero, nunca fueron consultados y no creen en los poderes mágicos de Obama. Además, alguna vez vivieron dentro del monstruo.
No son cuentos. “El régimen cubano continúa reprimiendo a individuos y a grupos que critican al gobierno y que promueven los derechos humanos”, concluyó un reporte de Human Rights Watch del 2014 y todo sigue exactamente igual.
Por muchos años se repitió la falacia de que no habría castrismo sin Fidel Castro (igual que se dijo que no habría chavismo sin Hugo Chávez). Pero Fidel, enfermo, traspasó su poder a Raúl de dedazo y ahora tenemos a un nuevo dictador que dice que se retirará en el 2018.
Pero entendamos algo de una vez y por todas. Las dictaduras nunca terminan por la generosidad de sus tiranos. A las dictaduras hay que tumbarlas.
La teoría de Barack Obama es que el soft power de Estados Unidos -con más contactos, más diplomacia, más visas, más inversiones y más comunicaciones- deberían acabar poco a poquito con la dictadura marxista. Por eso la insistencia de terminar con el embargo norteamericano a la isla; es algo que quieren los Castro y es también una parte fundamental de la nueva estrategia de Obama.
Alguna vez le pregunté a un alto funcionario de Estados Unidos por qué no le llamaban “dictador” a Fidel y a Raúl Castro. Su respuesta fue un poema: porque el título oficial que les asigna el gobierno cubano es otro. Así que, cuando Obama aterrice en la Habana el 21 de marzo, que nadie se sorprenda de las sonrisas y de los discursos en que se referirá como presidente al dictador en turno.
A mí hace 18 años que me niegan la visa de periodista para entrar a Cuba. No les gustó que en 1998 reportara en la isla sobre disidentes y periodistas independientes. Y han cumplido su promesa de dejarme fuera. No hay nada nuevo en que una dictadura actúe como una dictadura.
Pero espero, algún día, regresar con mis dos hijos. Paola y Nicolás nacieron en Miami, llevan sangre cubana y quisiera acompañarlos a los lugares donde crecieron sus abuelos. Me imagino que sería una visita parecida a la que hice a Chile tras la salida de Augusto Pinochet o a Sudáfrica luego del fin del apartheid. Los fines de las dictaduras siempre son de fiesta.
Entonces, y solo entonces, sabremos si Obama tenía razón.