Viviendo con el enemigo

 Viviendo con el enemigo

Barack Obama se la jugó. Si la operación para detener y matar a Osama bin Laden le hubiera salido mal, hoy estaría a un paso de perder la presidencia. Pero en política –y en la vida- no hay hubieras y Obama, sin Osama, está recuperando su popularidad. En la operación “Gerónimo” Obama volvió a lucir ese toque mágico que lo caracterizó durante su campaña electoral.

Su discurso casi a medianoche el domingo primero de mayo, anunciando la muerte de Bin Laden, fue visto por 56 millones de personas. Es el discurso presidencial más visto en una década. Obama hizo en dos años lo que George W. Bush no pudo hacer en ocho. Nadie lo podrá criticar por ser débil en asuntos de seguridad nacional.

La muerte de Bin Laden es, también, un epitafio para los periódicos tradicionales. Un twitero paquistaní, Sohaib Athar (@ReallyVirtual) fue el primero en anunciar al mundo la operación contra el líder de Al-Kaeda.

Y los periódicos tradicionales no reaccionaron suficientemente rápido. Las ediciones del The New York Times y de El País (de España) que recibí el lunes imperdonablemente no incluían nada sobre la muerte de Bin Laden. En 6 horas no pudieron corregir su edición. Por eso están desapareciendo los diarios.

La ejecución de Bin Laden tardó una década en realizarse. Pero vengar la muerte de casi tres mil personas y hacer justicia con el líder de Al-Kaeda no fue en estricto apego a las leyes.

Yo estuve en diciembre del 2001 en las montañas de Tora Bora en Afganistán cuando las tropas de Estados Unidos tenían acorralado a Bin Laden. Pero lo dejaron escapar y pasaron años para dar otra vez con él. Es muy posible que la información para encontrar al mensajero de Bin Laden (que identificó, sin proponérselo, la casa de su jefe a las afueras de Islamabad) fuera obtenida bajo tortura.

Varios prisioneros en poder del ejército de Estados Unidos fueron sometidos a una técnica llamada waterboarding en inglés y que asemeja un ahogamiento. Esa “técnica”, autorizada por el presidente de Bush pero prohibida por Obama, pudo haber dado las primeras pistas del paradero de Osama bin Laden en Paquistán. Legal o no, la información obtenida se usó.

La operación “Gerónimo” dentro de Paquistán se realizó sin avisarle a su gobierno que 79 soldados norteamericanos del Navy Seal se habían internado en su territorio en dos helicópteros. Ahí hay un patrón. En la operación “Rapido y Furioso” que permitió la entrada de casi dos mil armas de Estados Unidos a México, tampoco se le avisó al gobierno del presidente Felipe Calderón. Conclusión: cuando Estados Unidos considera que su seguridad nacional está en juego, no pide permiso y se salta fronteras y soberanías.

Osama bin Laden tenía un valor simbólico enorme. Por eso su captura y muerte nunca fue una cuestión de leyes.
Más allá de los muertos en Nueva York, Washington y Pennsylvania, Bin Laden nos cambió la vida a todos. Y más aún a los inmigrantes en Estados Unidos.

Días antes de los ataques del 11 de septiembre del 2001 los presidente Bush y Vicente Fox se comprometieron a negociar un acuerdo migratorio entre Estados Unidos y México. Pero la tragedia de ese día terminó de golpe con el compromiso y le hizo la vida imposible a los inmigrantes.

Lo que hicieron 19 terroristas extranjeros cambió la dirección del debate migratorio, generó un sentimiento de rechazo a los recién llegados, y hasta hoy en día ha evitado que se legalice a once millones de indocumentados. El temor a otro ataque terrorista se convirtió, injustamente, en una sospecha generalizada hacia los inmigrantes en general.

Falta mucho por hacer, por reconstruir, por recobrar. Pero Barack Obama, con una temeraria y acertada decisión, le ha regresado a Estados Unidos esa casi infantil certeza de que la justicia, tarde o temprano, llega. Tenía razón Obama cuando dijo en la zona cero en Nueva York: “Cuando decimos que no olvidamos, hablamos en serio.”

Twitter @ jorgeramosnews

Jorge Ramos

Jorge Gilberto Ramos Ávalos, es un periodista y autor mexicoamericano. Considerado como el presentador de noticias en español más conocido en los Estados Unidos, se le conoce como "El Walter Cronkite de América Latina".

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