Lo que hemos avanzado
Por: Juliana Henao
Como humanidad hemos avanzado en muchos aspectos, incluso en el arte de relacionarnos con los demás, hemos creado normas y acuerdos de convivencia y ya no nos atacamos directamente con duelos a muerte, bueno al menos no en las sociedades modernas y estructuradas que nos encontramos ahora.
Sin embargo, seguimos siendo agentes de violencia, de una violencia interna y pasiva que nos roba la paz. Una violencia sutil que se infiltra en argumentos académicos y políticos, que incluso puede sonar poética y nos seduce.
Cada día nos vemos ante la decisión de escoger entre pensamientos que nos nutre el alma o que nos violenta, porque es allí donde la violencia nace, en nuestra mente.
Desde el momento mismo que el reloj marca el tiempo de un nuevo día tenemos la posibilidad de amarnos o empezar una guerra, y es que aunque ya no recurramos a la violencia física, utilizamos la violencia al juzgarnos, al sentirnos culpables, al criticar, al sentir envidia, al desear el mal ajeno, al decidir llevar un arma “por si acaso” algo pasa, por si hay que defenderse.
Cada vez que evitamos mirarnos al espejo porque no aceptamos lo que vemos estamos siendo violentos con nosotros, cada vez que exigimos al otro cambiar de acuerdo a mis parámetros estamos generando violencia.
Cada vez que queremos imponer nuestra voluntad, aunque pareciera ser la mejor estamos generando violencia. Cada vez que nos centramos en discusiones porque consideramos que es la verdad estamos generando violencia.
Tendemos a pensar que la violencia es generada por los otros, por los que están en el conflicto armado, por los que cargan las armas, por los que asesinan, pero no nos damos cuenta la violencia que cometemos a diario contra nosotros mismos.
Y si mientras exista la humanidad habrá diferencia de opiniones y quizás muchas guerras, pero tal vez si empezamos hoy a prestar más atención a identificar esos pensamientos que son de agresión hacia nosotros mismos.
Si tal vez en vez de decirnos que feo eres, que poco inteligente eres, reconociéramos la inspiración de Dios al crearnos, nos veríamos como una de las obras más hermosas de la creación, y si en vez de criticar al otro pudiéramos verlo con compasión y ver que su historia personal cargada de dolor no le permite ser amable, quizás podría entender que su desidia es con el mismo y no en contra en mía.
Y quizás las ideas liberales o tradicionales ya no serían tan rígidas, entonces sería posible el diálogo y la integración de las verdades.
La paz entonces dejaría de ser un ideal, un abstracto, para ser una práctica permanente, donde en el construir diario de la vida, fuéramos más conscientes de lo que pensamos, donde nos amaramos más, donde creáramos más comunidad.
Donde cuando sintiéramos que el miedo y la furia se nos acercan, pudiéramos deslumbrar la capacidad de reconocer nuestra humanidad, nuestra vulnerabilidad al tiempo que nos abrazamos a la Gloria de Dios para encontrar la paz y la serenidad.