Las boyas de Abbott exhiben su crueldad sin límites
Por: Maribel Hastings
La muerte del joven hondureño Norlan Bayardo Herrera, de 20 años, en el muro de boyas que colocó el gobernador de Texas, Greg Abbott, en el Río Grande, para disuadir a los indocumentados en su ruta hacia Estados Unidos, es un trágico recordatorio de algo que los políticos demagogos como él no acaban de entender. Es decir, coloquen lo que coloquen en la frontera, esos indocumentados que en su mayoría vienen huyendo de horrores de hambre, violencia, pandillas, desempleo y cero oportunidades, y cuya travesía ha sido una verdadera pesadilla, no van a ser detenidos por un muro de acero, de concreto o de boyas en el agua.
En efecto, tal parece que los antiinmigrantes como Abbott y sus seguidores, que siguen utilizando el lenguaje del racismo y la intolerancia, no tienen claro que si hay algo más fuerte que los materiales de los que están hechas esas trampas mortales es precisamente la determinación de los migrantes de poner a salvo a sus familias, cueste lo que cueste.
El mortal muro flotante de Abbott también es un sórdido recordatorio de lo que es capaz de hacer un político para mantener contenta a su base antiinmigrante y con ello mantenerse en el poder. En el caso del gobernador se trata prácticamente de sadismo, pues no son unas simples boyas de plástico. Están revestidas con metal, y entre boya y boya hay un pedazo de metal filoso; eso sin contar con el alambre de cuchillas que adorna la orilla del Río Bravo del lado texano y que ha sido reforzado en días recientes.
Esas decisiones de Abbott, llenas de odio y malevolencia hacia el otro, el diferente, hacen recordar episodios oscuros en la historia, como cuando se inventaron instrumentos de tortura y pena capital para someter e infundir terror hacia los otros, con el fin de disuadirlos de cometer cualquier intento de “contravenir el orden”. Esta nueva epifanía inquisitorial de Abbott en la frontera debería ser suficiente para llamar a cuentas al gobernador por poner en peligro de muerte a quienes buscan refugio en el país que supuestamente se vanagloria desde su fundación de tener los brazos abiertos para ayudar al desvalido. Lo que hace Abbott, en todo caso, es violar los derechos humanos de quienes literalmente lo han perdido todo, menos la esperanza, una aspiración que el gobernador parece no conocer.
Al respecto, en un reciente artículo publicado por CNN, el doctor Brian Elmore, médico residente de urgencias en El Paso, Texas, reflexiona sobre lo que le ha tocado ver al atender a migrantes que llegan malheridos al hospital donde trabaja: “Muchas de las lesiones sufridas a lo largo de la frontera —insolación por el ardiente sol del desierto, fracturas de cráneo o columna vertebral tras caerse del muro fronterizo, carne desgarrada por el alambre de cuchillas a orillas del río Grande— son lo que yo llamo patologías políticas, lesiones evitables que son consecuencia directa de las políticas fronterizas destinadas a imponer un alto costo a quienes intentan cruzar”.
Y añade: “Y cada día me enfrento a los costos humanos de estas patologías.Veo y atiendo a víctimas que quedan permanentemente debilitadas, con lesiones devastadoras que limitarán su capacidad para trabajar y contribuir a la sociedad y a sus familias”.
Es decir, ordenar la colocación de boyas revestidas de metal y alambre de navajas a la orilla del río a sabiendas de que lastimará, mutilará y en el peor de los casos provocará la muerte de migrantes refleja un alto grado de crueldad y un total desdén hacia la vida humana.
Pero ya sabemos que las vidas de personas pobres y de color no tienen el mismo valor que otras para Abbott y muchos republicanos como él. Y hay quien dirá que cada país tiene derecho a resguardar sus fronteras, pero en este caso no se trata de eso porque Abbott está usurpando la autoridad federal y no tiene derecho alguno de colocar sus mortales boyas en el río. De hecho, el gobierno federal le pidió que las removiera y, al no hacerlo, demandó al estado.
Con esa actitud, el gobernador también demuestra que desconoce la importancia y el valor de las nuevas generaciones de migrantes para un país que se ha visto fortalecido, durante toda su existencia como nación, con las oleadas migratorias que lo han convertido en una de las potencias mundiales por antonomasia. Texas, por cierto, ha sido uno de los estados más beneficiados por esta circunstancia, sobre todo en el terreno económico.
Pero la crueldad de Abbott ha ido en aumento, Ya no le basta con colocar a solicitantes de asilo en autobuses en medio de frías o calientes temperaturas para dejarlos a su suerte en ciudades lideradas por demócratas. O aliarse con su alma gemela —el gobernador de Florida, Ron DeSantis— para los vuelos de migrantes desde Texas hacia ciudades demócratas. Han sido miles los migrantes usados por ambos en este perverso juego político, y su colaboración sigue en marcha.
En su visita a Eagle Pass, Texas, en junio, DeSantis declaró, usando retórica de supremacistas blancos, que “por décadas los líderes de ambos partidos han ofrecido promesas vacías sobre seguridad fronteriza, pero llegó la hora de actuar para poner fin a la invasión de una vez y por todas”.
Pero la realidad es que si los republicanos estuvieran tan preocupados por la seguridad de la frontera no habrían entorpecido por décadas los intentos de reformar el sistema migratorio para conceder las visas requeridas en diversas áreas, ya sea laboral, de reunificación familiar, ampliar los cupos de asilo y tantos otros programas que permitirían que los migrantes lleguen de forma regular y ordenada sin arriesgar la propia vida. Al no haberlo hecho, su retórica actual antiinmigrante suena hueca e hipócrita, además de confirmar su sadismo ideológico que ahora mismo está costando vidas de migrantes.
Porque el objetivo para gente como Abbott no es solucionar el problema, sino mantenerlo para seguir explotándolo con fines politiqueros, con todo y su espectáculo de muros flotantes, aunque ello suponga desechar las vidas de migrantes como Norlan.