Muchos muestran lo mejor de sí en medio de la pandemia, excepto el presidente

Por: Maribel Hastings y David Torres

Las crisis suelen sacar lo mejor y lo peor de las personas, y en ese sentido nuestros líderes no son la excepción. Por ejemplo, mientras el coronavirus avanza a pasos agigantados contagiando y matando personas en Estados Unidos, asimismo crece el nivel de cinismo y de incompetencia de Donald Trump, a quien parece que ni la evidencia del peligro que la pandemia representa para la nación que preside puede detener su enfermizo narcisismo.

El domingo, nuestro flamante presidente consideró correcto referirse a los buenos ratings de sus ruedas de prensa diarias sobre el flagelo y no desaprovechó la ocasión para atacar a la prensa que mantiene a la población informada.

Esa egolatría, de la que tanto se avergonzarán generaciones posteriores de estadounidenses cuando tengan que estudiar los efectos de la presidencia de Trump en la decadencia moral de su sociedad, parece no abandonarlo ni en los peores momentos. Incluso, el mandatario habla con ese dejo de negligencia con el que los autócratas suelen dirigirse a sus pueblos, estos últimos tan alejados de las prebendas de la gente en el poder.

Todo esto mientras la cifra de muertos en Estados Unidos rebasaba las 2,000 personas y la cantidad de contagiados se acercaba a los 140,000. Un panorama nada prometedor para un país que presume de su poderío económico y militar en todo momento, y con el que asegura ante el resto del orbe que puede resolver cualquier adversidad. Una cosa tan diminuta, sin embargo, lo está poniendo a prueba.

En tanto, en Nueva York, epicentro de la pandemia, el gobernador Andrew Cuomo sigue esperando los 30,000 ventiladores que se necesitan. Y tanto ahí como en todo el país los profesionales de la salud y los hospitales carecen de mascarillas y guantes protectores, batas, ventiladores, camas y más recursos. Y en ese contexto, comienzan a sucumbir como víctimas mortales de la pandemia.

Ese solo heroico hecho debería hacer reflexionar a más de uno en el Gabinete, empezando por el presidente, para dar un viraje tanto en el discurso como en la estrategia, dejando que hablen y resuelvan los que saben, antes de que sea demasiado tarde.

Pero uno recupera algo de fe en la humanidad al ver a ese personal médico caminar hacia el peligro como lo dicta su profesión, y también al ver la labor de policías, bomberos y paramédicos, sin olvidar a los empleados de farmacias y supermercados; o a los que recogen nuestra basura; a los migrantes que siguen pizcando y procesando alimentos —a cuya inmensa mayoría no se incluyó en el paquete de estímulo económico para enfrentar los estragos financieros causados por la pandemia por falta de documentos—, así como a algunos políticos con madera de verdaderos líderes.

Es a todo ese conjunto de seres humanos hacia donde debemos enfocar nuestra atención, pues en sus manos está el futuro de la salud de una sociedad que no deja de estar atónita con el presidente que le ha tocado lidiar desde hace tres años, incluidos sus seguidores que seguramente son conscientes de que creer y defender la xenofobia, el racismo y la discriminación no los hace inmunes al coronavirus.

Lo peor del caso es que pese a su vergonzosa conducta y al hecho de que en un principio Trump restó importancia a la gravedad de la crisis y esto incidió en que el país no estuviera mejor preparado para enfrentarla, diversos sondeos concluyen que los índices de aprobación de la labor de Trump están a los niveles más altos de toda su presidencia. Gallup, por ejemplo, encontró que subió al 49% en marzo.

Se desconoce si se deba a una anticipada conducta de apoyar al mandatario en momentos de crisis o a que el sondeo se tomara antes de que la cifra de muertos y contagiados fuera tan alta. Pero uno se pregunta si la pandemia incidirá a favor o en contra de Trump en los comicios de noviembre, unas elecciones que sin duda han sido alteradas por la crisis y realmente se desconoce el efecto que tendrá en la participación y la conducta de los votantes.

Maribel Hastings

Nativa de Puerto Rico, Maribel Hastings es graduada de la Universidad de Puerto Rico. Antes de convertirse en asesora principal de America's Voice, trabajó para La Opinión, el diario en español más grande de los EE. UU. Se convirtió en la primera corresponsal de La Opinión en Washington, D.C. en 1993. En ese cargo, cubrió el Congreso, las principales noticias políticas y las elecciones. Anteriormente, trabajó para Associated Press, Durante su carrera, Maribel ha recibido numerosos premios, incluido el Premio al Liderazgo en Medios 2007 de la Asociación Estadounidense de Abogados de Inmigración (AILA) por su cobertura del debate sobre inmigración en el Senado de los Estados Unidos. También es comentarista política nacional en la televisión nacional en español.

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