Clases de diplomacia


Desde entonces parece que a esa oficina en esta ciudad la persiguieran los malos espíritus, porque no sale de un escándalo para meterse en otro y así se la ha pasado en sus casi 14 años desde su apertura.
Hasta el día de hoy, se rehúsan a hablar con la prensa, siguen tratando mal a sus usuarios, cierran y abren sus puertas cuando se les antoja y el presidente que prometió transparencia, nombre a los hijos de sus ministros en los cargos que les quitó a familiares de otros políticos.
En otro tiempo fue el consulado mexicano el que dio de qué hablar, y cada semana las quejas se contaban por montones, sobre todo, cada vez que una mano de novatos salidos de las altas cumbres de la élite fresa del DF, llegaba a Atlanta sin más méritos que ser amigos de alguien o familiar de alguien, y aquí se daban con la piedra en los dientes, cuando veían el trabajo duro que debían hacer atendiendo a sus paisanos.
Llegó a ser tan tensa la situación en su momento, que uno de esos funcionarios tuvo la osadía de mandar a bañar a unos jornaleros que llegaron hasta su ventanilla a solicitar un trámite. Por fortuna, muchos de esos lunares negros se han ido borrando de esa delegación.
Han sido muy cautos y serenos los funcionarios consulares de Argentina, Perú, Ecuador, Guatemala y Costa Rica, más no así los de Colombia, quienes de una u otra manera siempre dan de qué hablar o hablan tan poco que nadie llega a conocerlos y borran por época la presencia de ese país en todos sus aspectos.
De recordar un cónsul que venía de embajador en Marruecos y hablaba todos los idiomas de África menos inglés y sabía de todas las ciencias menos de diplomacia, a su haber tenía ser un buen amigo del presidente de turno y de eso hemos sido plagados cada vez que hay rotación de funcionarios por conveniencia política, contrario a lo que le sucedió a la anterior cónsul, que por haber sido nombrada en la administración de Álvaro Uribe, la administración del presidente Santos la abandonó a su suerte hasta que ella misma decidió irse.
Un mal del que sufren los “diplomáticos” en general y en particular quienes detentan algún cargo público en América Latina, es que se creen seres superiores a los que se les debe rendir pleitesía y éstos, cuando son traídos a las misiones diplomáticas quieren seguir siendo los mismos reyezuelos de sus feudos electorales y olvidan que en este país, cada quien vale por lo que es y no por lo que aparenta ser.
Ese es parte del conflicto y el estrés al que se ven sometidos los llamados “altos funcionarios”, que en nuestros países suelen no mirar hacia abajo y todas esas malas mañas las quieren exportar como parte de la valija diplomática, ignorando que si aquí tenemos derecho a reclamar porque pagamos impuestos, a ellos les debemos exigir porque comen de nuestros impuestos.
Quedan muy mal parados los funcionarios diplomáticos cuya misión no está limitada a representar de la mejor manera a su país en todos los aspectos, sino al servicio de su comunidad de la cual devengan el sustento con el que pueden luego darse la gran vida, a fin de cuentas, para muchos gobiernos, las oficinas consulares en Estados Unidos no son más que una gran tienda, donde venden toda suerte de trámites y no necesariamente a los mejores precios.
Por demás está recordarles que aquí, en el país donde ahora están, tienen que bajarle la intensidad a la soberbia, el engreimiento, la petulancia y el creerse la encarnación moderna de las deidades del Olimpo griego.