Clases de diplomacia
Justo por estos días una foto copiada en papel el 24 de mayo de 2001 –cuando las cámaras digitales no hacían parte de nuestro inventario–, encontramos una imagen que le hicimos a la entonces primera cónsul de Honduras en Atlanta, de nombre Lourdes. Su paso por esta ciudad fue tan escandaloso como fugaz, ya que sus connacionales pronto denunciaron que dicha funcionaria hacía de las suyas en las “oficinas” de la misión diplomática, que por cierto, ella había sabido ubicar en el apartamento donde vivía con toda su familia en el sector de Lenox.
Desde entonces parece que a esa oficina en esta ciudad la persiguieran los malos espíritus, porque no sale de un escándalo para meterse en otro y así se la ha pasado en sus casi 14 años desde su apertura.
Hasta el día de hoy, se rehúsan a hablar con la prensa, siguen tratando mal a sus usuarios, cierran y abren sus puertas cuando se les antoja y el presidente que prometió transparencia, nombre a los hijos de sus ministros en los cargos que les quitó a familiares de otros políticos.
En otro tiempo fue el consulado mexicano el que dio de qué hablar, y cada semana las quejas se contaban por montones, sobre todo, cada vez que una mano de novatos salidos de las altas cumbres de la élite fresa del DF, llegaba a Atlanta sin más méritos que ser amigos de alguien o familiar de alguien, y aquí se daban con la piedra en los dientes, cuando veían el trabajo duro que debían hacer atendiendo a sus paisanos.
Llegó a ser tan tensa la situación en su momento, que uno de esos funcionarios tuvo la osadía de mandar a bañar a unos jornaleros que llegaron hasta su ventanilla a solicitar un trámite. Por fortuna, muchos de esos lunares negros se han ido borrando de esa delegación.
Han sido muy cautos y serenos los funcionarios consulares de Argentina, Perú, Ecuador, Guatemala y Costa Rica, más no así los de Colombia, quienes de una u otra manera siempre dan de qué hablar o hablan tan poco que nadie llega a conocerlos y borran por época la presencia de ese país en todos sus aspectos.
De recordar un cónsul que venía de embajador en Marruecos y hablaba todos los idiomas de África menos inglés y sabía de todas las ciencias menos de diplomacia, a su haber tenía ser un buen amigo del presidente de turno y de eso hemos sido plagados cada vez que hay rotación de funcionarios por conveniencia política, contrario a lo que le sucedió a la anterior cónsul, que por haber sido nombrada en la administración de Álvaro Uribe, la administración del presidente Santos la abandonó a su suerte hasta que ella misma decidió irse.
Un mal del que sufren los “diplomáticos” en general y en particular quienes detentan algún cargo público en América Latina, es que se creen seres superiores a los que se les debe rendir pleitesía y éstos, cuando son traídos a las misiones diplomáticas quieren seguir siendo los mismos reyezuelos de sus feudos electorales y olvidan que en este país, cada quien vale por lo que es y no por lo que aparenta ser.
Ese es parte del conflicto y el estrés al que se ven sometidos los llamados “altos funcionarios”, que en nuestros países suelen no mirar hacia abajo y todas esas malas mañas las quieren exportar como parte de la valija diplomática, ignorando que si aquí tenemos derecho a reclamar porque pagamos impuestos, a ellos les debemos exigir porque comen de nuestros impuestos.
Quedan muy mal parados los funcionarios diplomáticos cuya misión no está limitada a representar de la mejor manera a su país en todos los aspectos, sino al servicio de su comunidad de la cual devengan el sustento con el que pueden luego darse la gran vida, a fin de cuentas, para muchos gobiernos, las oficinas consulares en Estados Unidos no son más que una gran tienda, donde venden toda suerte de trámites y no necesariamente a los mejores precios.
Por demás está recordarles que aquí, en el país donde ahora están, tienen que bajarle la intensidad a la soberbia, el engreimiento, la petulancia y el creerse la encarnación moderna de las deidades del Olimpo griego.