Clases de diplomacia II
En nuestro editorial anterior un injustificable error de memoria nos hizo omitir de nuestra lista de consulados con sede en Atlanta, a la oficina de El Salvador en esta jurisdicción lo que nos valió, y con justa razón, la observación de algunos de nuestros lectores quienes no entendían, cómo una dependencia que estuvo bajo el ojo del huracán hubiera pasado desapercibida. Mea culpa!
Para ponerlos en sintonía, el editorial anterior hace referencia a algunas “joyas” que nuestros países latinoamericanos nos envían en calidad de diplomáticos a atender en las distintas misiones que aquí nos representan, y quienes queriendo aparentar que sus cargos están por encima de todos los demás, se dan el lujo de ver por encima del hombro a sus connacionales; se van lanza en ristre contra la prensa, generan escándalos de corrupción como están acostumbrados a hacerlo en sus países de origen y pretenden que nada de eso se ventile a la luz de la libertad que nos confieren las democracias y al respeto que ellos le deben a sus representados.
De El Salvador, omitimos recordar que su anterior cónsul llegó bañado de honores por su misión adelantada en México en la ciudad de Tapachula, y que en Atlanta se fue por la puerta trasera destituido y dejando por los suelos la imagen de su país, al cometer una serie de actos de corrupción que implicaron desde el detrimento patrimonial, alteración de documentos y malversación de fondos públicos hasta peleas y rencillas personales con sus otros compañeros de misión, con algunos de los cuales se retó a golpes en varias oportunidades en presencia de los usuarios.
Por fortuna y como no hay mal que dure cien años, una nueva cónsul ha sabido guardar la compostura, le ha dado otra vez el nivel de respeto que toda oficina diplomática debe generar y la comunidad ha sabido responder de la misma forma.
No parecen correr los mismos vientos por el consulado general de México en Atlanta. Recientemente en una reunión sostenida en esas instalaciones un reconocido locutor de radio, le preguntó al titular de esa dependencia, embajador, Ricardo Cámara, acerca de la eterna inquietud de su comunidad frente a lo que ellos consideran fallas en la atención diaria en dichas oficinas, a lo que una respuesta salida de foco no se hizo esperar.
Al mejor estilo de Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, el argumento del diplomático giró en torno a la “culpa” que tienen, a quienes llamó “poco profesionales” de los medios de comunicación, los que para aumentar sus seguidores en las redes sociales hacen eco de las querellas infundadas de los mexicanos.
Algunos de éstos vinieron aquí y no encontraron qué hacer, se compraron una camarita y ahora se hacen llamar periodistas—dijo palabras más, palabras menos el alto funcionario, en tono molesto, descalificando a quienes le llevan las inquietudes de su comunidad y sin ahondar en los detalles de las situaciones que aparentemente afectan a sus representados.
En otras palabras, la responsabilidad de que algunos usuarios del consulado mexicano se sientan incómodos y mal atendidos cuando se dirigen a tramitar cualquier documento, no radica en otra cosa que en los “malos periodistas”, en la prensa local que algunas veces hace eco de dichas inquietudes y en el afán de aquellos que buscan más ‘likes” en sus páginas de fans, porque para Cámara, todo funciona como un relojito suizo.
No es la soberbia la mejor consejera para quienes fungen investiduras de tanta responsabilidad como la que se confiere a los hombros de los miembros en las misiones diplomáticas, dado el doble papel que por naturaleza deben desempeñar en calidad de representantes de un estado dentro de otro, y en ese ejercicio “jugar” a que ambos hacen las cosas de la mejor manera, en beneficio de sus comunidades, pero se olvidan que de un lado y del otro la misión fiscalizadora de los individuos, las personas y los medios de comunicación deben, no solo desarrollar su papel sino saberse respetados y oídos, en aras de lograr esa verdadera concordia y buen desempeño que todos quieren mostrar.
Trasladar responsabilidades o culpas a terceros, creyéndose los que “no se dejan”, porque son los que “más fuerte hablan”, no es la mejor señal de que las cosas anden bien, por el contrario, nos alerta para seguir escudriñando aquello que a los diplomáticos les altera y que quieren seguir ocultando debajo de sus alfombras.