Cuando la lealtad de los inmigrantes supera a la de su presidente
Una de las más comunes críticas que los antiinmigrantes esgrimen contra los inmigrantes, naturalizados o no, es que no se adaptan a este país y no son lo suficientemente “leales” a esta nación porque mantienen sus costumbres o su idioma.
Pero si algo han demostrado los inmigrantes a lo largo de la historia es que esa lealtad a la nación muchas veces supera la que puedan demostrar algunos nacidos aquí.
Las audiencias públicas en torno al potencial juicio de destitución contra el presidente Donald Trump plasmaron ese contraste la semana pasada con los testimonios de tres inmigrantes que demostraron más amor y lealtad a este país que lo que jamás podrán demostrar Trump y ciertos republicanos. Estos, de manera vergonzosa, siguen defendiendo las acciones de un presidente que continúa poniendo en riesgo la seguridad nacional y debilitando las instituciones democráticas, ya socavadas por su presidencia.
La exasesora de seguridad nacional de Trump sobre Rusia y Europa, Fiona Hill, naturalizada de origen inglés; el teniente coronel Alexander Vindman, naturalizado de origen ucraniano y todavía director de Asuntos Europeos del Consejo de Seguridad Nacional, así como la diplomática y exembajadora de Estados Unidos en Ucrania, Marie Yovanovicth, naturalizada de origen canadiense, dictaron cátedra sobre lo que es anteponer la patria a la conveniencia política y politiquera. Esto, aunque unos congresistas republicanos, sin pudor y sin vergüenza, trataron de cuestionar sus lealtades porque no nacieron en Estados Unidos y, en el caso de Vindman, porque habla ucraniano.
Lo más indignante es que lo hacen para defender a un individuo que a lo largo de sus tres años de presidencia ha demostrado un total desdén por las instituciones democráticas, el sistema judicial, la prensa, sus propios servicios de inteligencia y funcionarios de carrera; y una total afinidad con autócratas y dictadores de naciones que son consideradas hostiles hacia los intereses de Estados Unidos, particularmente Rusia.
Pero eso nada importa a los republicanos del Congreso, temerosos de que enfrentar a Trump los lastime políticamente en estados y distritos que este ganó en 2016. Eso los hace colgar de un clavito la nula dignidad que poseen, como el caso del senador republicano de Carolina del Sur, Lindsey Graham, quien empeñó su honor en pos de defender a un presidente que solo es leal a sí mismo.
A estos republicanos no los mueve que un presidente de Estados Unidos haya tratado, para efectos prácticos, sobornar a una nación extranjera, Ucrania, supeditando el desembolso de fondos ya autorizados por el Congreso y provenientes de nosotros, los contribuyentes, a que le proveyeran información comprometedora sobre su rival político, el estadounidense y exvicepresidente, Joe Biden.