El peligro de las teorías de la conspiración en situaciones de crisis

 El peligro de las teorías de la conspiración en situaciones de crisis

Por: Tatiana Benavides Santos, Editorialista invitada

Las teorías de la conspiración tienen especial resonancia en escenarios de crisis porque ofrecen a sus adherentes explicaciones simples a fenómenos o circunstancias complejas. Esto se vuelve oportuno en momentos de suma volatilidad y en los que el conocimiento técnico-científico se encuentra en constante desarrollo. 

Creer en esas teorías permite a los individuos tener un sentido de control de la realidad, reducir la incertidumbre y buscar responsables por las disrupciones experimentadas. 

Las redes sociales, los contextos de creciente polarización política y períodos inciertos como la pandemia han desencadenado altos grados de desinformación y una proliferación de teorías de la conspiración que confunden a la población y afectan las gestiones de crisis debido a esfuerzos que deslegitiman la evidencia científica. 

Esas teorías se han convertido en un problema para el cumplimiento de medidas en condiciones críticas por el impacto que ellas son capaces de ejercer en las acciones reales de algunos individuos.

Como bien señala Amartya Sen, una de las razones por las que las democracias son preferibles a las autocracias es porque las primeras permiten contar con un vasto abastecimiento de información que hace a las comunidades más transparentes y permite una mejor comunicación entre los diversos actores políticos y sociales. 

Sin embargo, en los últimos tiempos, hemos llegado a un estado de infodemia, es decir, una dinámica del espacio de información moderna en que es difícil distinguir la información confiable en medio del conflicto o competencia de versiones. Esa infodemia parece más bien amenazar el derecho a la información creíble y veraz de los ciudadanos. 

Las teorías de la conspiración han dejado de pertenecer al lado oscuro de internet como 4chan para competir ahora con información que proviene de fuentes acreditadas. El mundo online se ha convertido, como señala Max Boot, en un espacio de post-verdad donde no hay datos indisputables, sólo competencia de narrativas. 

Pareciera que se encuentran al mismo nivel las informaciones técnicas del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) que la propaganda de QAnon, una de las fuentes de extrema derecha de mayor difusión de  teorías de la conspiración en Estados Unidos, la cual ha difundido ideas como la de que el Covid-19 es parte de un plan del “Estado Profundo” para dañar las posibilidades de reelección del presidente Trump, o la del Gran Despertar, que señala la misión secreta de este último para limpiar el país de élites corruptas y pedófilas. 

Las teorías de conspiración están asociadas generalmente con visiones políticas extremas de derecha o de izquierda. No obstante, según Marshan Allen, las de extrema derecha sobrepasan en número a estas últimas. En Estados Unidos, grupos de extrema derecha se han unido oportunistamente con los anti-vacunas y han atraído además dentro de su audiencia a grupos cristianos que ven en las teorías oportunidades de renovación y gratificación moral.

Si se analizan algunas teorías dominantes que han surgido en dicho país pero que han trascendido internacionalmente, se identifican cinco tendencias importantes. 

La primera tiene que ver con el anti-elitismo, es decir, las retóricas del Deep State que responsabilizan sin fundamento a determinadas figuras de poder o grupos políticos, económicos, científicos o de inteligencia por planes sombríos contra la población.

 La segunda tendencia manifiesta una aversión a la globalización, a la cual se le atribuye la transformación de los valores tradicionales y el statu quo, así como los flujos migratorios que ponen aparentemente en riesgo la desaparición de la población blanca debido a la diversificación étnico-racial.  

La tercera tendencia es la deslegitimación de la academia y la ciencia, que cuestiona la existencia del Covid, incentiva las protestas contra los lockdowns, promueve remedios pseudo-científicos, alerta sobre el supuesto riesgo de vacunas y mascarillas y presenta al Dr. Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos, como el cerebro detrás de la “confabulación” de la pandemia. 

La cuarta, se identifica la creciente porosidad de la línea que divide las conjeturas online de las acciones offline.  Esto no sólo se ve en el incumplimiento de las medidas contra la pandemia, sino en las consecuencias de violencia que han tenido varias teorías al comprobarse que ellas han sido el móvil de varias masacres en Estados Unidos.

Según lo señala la Liga Anti-Difamación en dicho país, el autor del ataque armado a la Sinagoga en Pittsburg en que murieron once judíos, creía que Soros (también judío) financiaba un “genocidio blanco” y abogaba por las fronteras abiertas y el control de armas.

En quinto lugar, es posible identificar una tendencia a la transnacionalización de muchas teorías que han surgido en Estados Unidos u otros países y que pasan luego por un proceso de criollización. 

Desmontar una teoría de la conspiración es una labor difícil porque la evidencia técnica o científica no es suficiente para acabar con el escepticismo. 

El efecto nefasto de estas podrá únicamente contrarrestarse con el acceso a la formación de niños y adultos para aprender a evaluar los contenidos online.  

Ahora más que nunca resulta urgente la alfabetización digital con el fin de otorgar a los individuos las habilidades necesarias para manejar las tecnologías digitales de manera práctica, pero sobre todo crítica. (lea la versión completa en: www.elnuevogeorgia.com)

Rafael Navarro

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