No se enoje con la ciencia, enójese con el virus
Por: María Isabel Pérez
La alegría no duró mucho. Después de un año con muchas restricciones, sacrificios personales y haber recibido la inoculación necesaria, creíamos que todo había pasado y ya éramos libres de hacer y deshacer.
Cuando todo parecía que ya iba a cambiar, que íbamos a poder salir a la calle, disfrutar el verano, ir a conciertos, eventos deportivos, recibimos la noticia que las cosas no andan bien, que de nuevo hay que usar las mascarillas porque los casos aumentan peligrosamente como en la época más oscura de la pandemia.
Todo por culpa de la variante Delta. Y es que este virus nos resultó inteligente. Ha mutado, se ha transformado, haciéndose más fuerte e invisible y atacando a los vulnerables que son en su mayoría las personas que no han recibido ninguna dosis de las vacunas aprobadas.
Pero resulta que la variante Delta ha disminuido la efectividad de las vacunas. Sí, así como lo está leyendo. Ahora pasa que, aunque las vacunas siguen siendo efectivas para proteger de las complicaciones, es decir de enfermedades graves, de hospitalizaciones, no evitan que una persona inoculada transmita el virus.
Por todo lo anterior, los Centros para la Prevención y el Control de Enfermedades, CDC, han revisado sus recomendaciones sobre los protocolos de seguridad retrocediendo a lo que habían aconsejado en el mes de mayo.
En ese entonces, dijeron que el uso de cubrebocas no sería necesario para las personas que ya estaban vacunadas, pero sí para quienes no tenían aún las dosis.
Ante el incremento de contagios con la variante Delta, las bajas tasas de vacunación en muchos estados de la unión americana, y los cuadros médicos inquietantes de las personas infectadas con la nueva cepa del virus, los CDC no tuvieron de otra. Hay que volver a enmascararnos.
Por supuesto, muchos han puesto el grito en el cielo, porque ya no quieren seguir usando las incomodas mascarillas. Y no los culpo. Son un fastidio. Si usas lentes, se te empañan con el uso del tapabocas, no puedes mostrar tu sonrisa, es incómodo para los niños, etc., etc.
Desde que se impuso el uso de los tapabocas, salieron sus opositores de todo tipo, argumentando que era uno de los elementos de control que el gobierno ejercía sobre la gente, que se les estaba arrebatando la libertad de escoger lo que les convenía y todo tipo de razones para evitar la dichosa máscara.
Pero resulta que tras la utilización correcta de mascarillas apropiadas se experimentó una disminución de la transmisión del virus. No lo digo yo, lo dicen los científicos, lo dicen las estadísticas. Otra cosa es que no les crean. Es por eso por lo que durante meses vimos cómo su uso era necesario en casi todos los lugares o cuando no se podía mantener la distancia prudente.
Lo anterior junto con el proceso de vacunación redujo significativamente las infecciones por coronavirus.
Pero no se contaba con que el virus mutara y se volviera más contagioso, más vicioso, más testarudo y como lo tildó la directora de los CDC, Rochelle Walensky de “oportunista”, sorprendiendo a los mismos científicos que le habían apostado a vencerlo en corto tiempo.
Ahora el virus ataca sin piedad a los que no se han vacunado, e incluso puede afectar a los inoculados, que sin enfermarse gravemente pueden transmitirlo a otros. Ante esta situación los responsables de la salud pública se ven obligados hacer nuevas recomendaciones de cómo evitar que las cosas se agraven.
Que este virus sea impredecible y que tome formas que no estaban previstas, no es culpa de los científicos. Respeto la decisión de quienes no quieran vacunarse por la razón que sea, pero es allí donde deben adoptar medidas para cuidarse, como el uso de la máscara y del distanciamiento social, entre otros protocolos. Y ahora parece que los vacunados deberán hacer lo mismo.
Sí. Esas recomendaciones son incomodas, pero por el momento no se ve otra alternativa. Y si no le gusta, y prefiere enojarse, no lo haga con la ciencia, hágalo con el virus, él y sólo él es el responsable último de la pandemia.