La trompada
Jorge Ramos
La culpa de la visita de Donald Trump a México es del presidente Enrique Peña Nieto y de nadie más.
Claro, sus cuates y asesores le dan ideas. Pero el poder ejecutivo radica, precisamente, en la toma de decisiones. Peña Nieto se puso de pechito para la trompada y el bully de Trump lo destrozó.
Hubo, sin duda, un serio problema de planeación y uno mucho más grave de ejecución. El equipo del presidente nunca cuidó a su jefe ni al país. Pero la ejecución presidencial fue terrible y vergonzosa.
La razón es sencilla: Peña Nieto nunca ha estado preparado para ser presidente de México. Todos lo sabíamos pero muchos no lo querían ver. Desde la entrevista en que no supo responder de qué había muerto su primera esposa hasta su imposibilidad de dar los nombres de tres libros que habían afectado su vida, era claro que estábamos ante un improvisado de la política.
Si como candidato falló e hizo trampa, como presidente no ha podido. El país es quien paga las consecuencias. Su gobierno podría convertirse en el más violento en la historia moderna de México. Sigue pendiente el caso de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa. Y por más que lo quieran tapar, nadie se cree la “investigación oficial” sobre el grave conflicto de intereses en la compra de una casa de siete millones de dólares a un contratista del gobierno.
Por eso hay una marcha en la ciudad de México para pedir su renuncia el próximo 15 de septiembre. (La convocatoria de la marcha en Twitter es #RenunciaYa) El artículo 86 de la constitución mexicana contempla la renuncia presidencial “por causa grave, que calificará el Congreso de la Unión”. Pero aunque haya muchos mexicanos que así lo deseen, no hay ninguna indicación de que Peña Nieto esté considerando renunciar ni que el congreso lo quiera acusar de “traición a la patria o delitos graves del orden común”, como establece el artículo 108.
Tampoco es factible que un grupo expertos de Naciones Unidas investigue las compras y propiedades de la familia presidencial, como ocurrió en Guatemala. La oposición política en México tiene, también, mucha cola que le pisen. Así que tenemos Peña Nieto para rato.
Pero quien sí se fue es Luis Videgaray, su Secretario de Hacienda y principal asesor. Videgaray quería preparar a México ante el peor escenario: un triunfo electoral de Trump. “Este señor (Trump) puede ser presidente y es ahí donde (Peña Nieto) tenía la opción de quedarse de brazos cruzados, intentar una estrategia de insulto recíproco o buscar el diálogo,” dijo en una entrevista antes de renunciar. “Vamos a volver a ver este día, si (Trump) es electo y vamos a decir: oye, a lo mejor eso que criticamos, que en su momento parecía un error político, pues tal vez fue un acierto.”
No fue un acierto. El error garrafal de Videgaray y de su jefe fue creer que este era el momento de apaciguar a Trump. No, este es el momento de enfrentarlo y desmentirlo. Y la actitud pasiva, miedosa e incompetente de Peña Nieto en esa humillante conferencia de prensa es un fiel reflejo de su fallida presidencia. Así era de candidato y así es de presidente. ¿Qué esperaban?
Invitar a Trump a México fue contraproducente. El error fue tan grande que Peña Nieto, sin quererlo, ayudó a que Trump remontara la distancia que le llevaba Hillary Clinton en las encuestas durante casi todo el verano. Un día después del encuentro Trump-Peña Nieto, CNN inició una encuesta como 1,001 personas (incluyendo a 886 votantes registrados). Al terminarla, cuatro días después, Trump le ganaba con 45 por ciento de la intención de voto a Hillary Clinton, quien tenía un 43 por ciento. Cierto, la encuesta tiene un margen de error del 3.5 por ciento. Pero muestra a un Trump a la alza. No me extrañaría que uno de estos días Trump le enviara un mensaje a Peña Nieto diciendo: Thank you, Enrique.
Lo más significativo de todo esto es que Peña Nieto, al igual que muchos otros, se están preparando para lo que hace poco más de un año parecía imposible: una presidencia de Donald Trump. Ya veremos. Aún quedan dos meses de una brutal campaña. Pero lo que es totalmente inaceptable, en cualquier parte del mundo, es seguir el método Peña Nieto frente a Trump: bajando la cabeza y esperando la trompada.