El misterio de la cruz
Aunque la inocencia de Jesús había sido reconocida y afirmada en varias ocasiones, los líderes del pueblo judío exigieron su muerte en la cruz, como si hubiese sido culpable de un delito digno de muerte.
Sin embargo, Jesucristo no había cometido ningún pecado. Como era santo, no conocía el pecado, no tenía ninguna inclinación a pecar. No había hecho nada malo (Lucas 23:41). Siempre hacía lo que agradaba a Dios (Juan 8:29). Pero fue hecho maldición, como lo era todo aquel a quien colgaban en un madero (Deuteronomio 21:22-23). ¡Qué sentimientos debieron llenar el corazón de nuestro Salvador, quien conocía perfectamente la Palabra de Dios!
¡Qué dolor también para Jesús, el único Justo, cuando clavado en la cruz como un malhechor fue expuesto en público a la burla de los escarnecedores! ¡Fue el espectáculo del populacho!
¿Cómo pudo Dios guardar silencio cuando el hombre alcanzó el punto máximo de su maldad crucificando al Hijo de Dios? En vez de destruir a toda la humanidad, Dios, en su insondable amor, hizo que Jesús mismo llevase en la cruz el castigo por nuestros pecados. Al final de esas terribles horas, Jesús dijo: “Consumado es”, y entregó su espíritu a Dios. Su sangre salió de su costado traspasado por la lanza del soldado romano. Jesús fue sepultado, mas al tercer día resucitó.
¡El Señor Jesús, quien sufrió todo esto por usted y por mí es digno de nuestro agradecimiento y adoración!