Tú fuiste realmente misericordioso conmigo
«Nací en una familia cristiana, pero realmente me convertí a los 17 años. Hasta ahí me debatía entre ser o no ser cristiano, pues sabía que si recibía al Señor Jesús como mi Salvador, tendría que aceptarlo como mi Señor.
Una noche estaba solo en mi habitación. Mi alma no estaba en paz. Sentado o acostado, no lograba hallar reposo. ¿Tenía que creer en el Señor Jesús, o no? Quería decir no, pero eso hacía que me sintiese incómodo en el fondo de mí ser. Había una verdadera lucha en mí. Entonces me arrodillé para orar.
Al principio no sabía qué decir, pero finalmente muchos pecados vinieron a mi memoria. Nunca había vivido algo semejante hasta ese momento. Me vi a mí mismo como un pecador, y también vi la gracia del Señor. Fui consciente de toda la podredumbre del pecado, y también comprendí que la preciosa sangre de Jesús me purificaba y me hacía más blanco que la nieve. Era como si él extendiese sus manos para recibirme, diciéndome: ¡Te estaba esperando!
Antes me burlaba de los que creían en Jesús, pero aquella noche lloré y confesé mis pecados, buscando el perdón del Señor. Después de haber orado, comprendí que ya no tenía el peso de mis pecados, y me sentí lleno de gozo y paz. Solo en mi habitación, pude exclamar: Señor Jesús, tú fuiste realmente misericordioso conmigo». (www.labuenasemilla.com)