Cuando miente el presidente
En Estados Unidos hay un presidente que miente mucho. En un par de meses Donald Trump se ha quedado sin credibilidad. Y esto es muy grave porque, cuando realmente necesite que los estadounidenses le crean, ya no sabremos si lo que dice es verdad o mentira.
Trump tiene un largo camino de mentiras. Durante años aseguró que Barack Obama no había nacido en Estados Unidos. Hasta que, por fin, un buen día dijo públicamente que Obama había nacido en Hawaii. Trump nunca se disculpa, solo cambia de tema.
Trump mintió también en un tuit en noviembre sobre los supuestos “millones de personas que votaron ilegalmente” en las pasadas elecciones y que le hicieron perder el voto popular. No solo eso. En su primera reunión con líderes del congreso en la Casa Blanca volvió a repetir la mentira, según reportó The New York Times, y dijo que de tres a cinco millones de indocumentados habían votado.
Todo esto es falso. Pero Trump cree que al repetir sus mentiras la gente se lo va a creer.
Lo que sí está claro es la aversión de Trump por los inmigrantes. Su campaña presidencial comenzó con una gigantesca mentira al decir que los inmigrantes que envía México “traen drogas, traen crimen y son violadores”. Atención: Trump nunca dijo algunos o unos pocos. Quiso convertir a todos los inmigrantes mexicanos en delincuentes y eso es totalmente falso. (El 97 por ciento de los indocumentados nunca ha cometido un crimen serio o felony, según el Migration Policy Institute.)
La última gran mentira de Trump fue en otros dos tuits. El sábado 4 de marzo a las 6:35 A.M. dijo: “Terrible, me acabo de enterar que Obama ordenó que me espiaran en la Torre Trump…” Y 14 minutos más tarde se preguntó: “¿Es legal que un presidente espíe antes de una elección?…Qué bajo ha caído.”
No sabemos qué estaba pasando esa mañana en el hotel del presidente en Mar-a-Lago, Florida, pero Trump y su celular se convirtió en una máquina de mentiras. Aparentemente nadie del equipo presidencial se atreve a contradecir al presidente aunque esté equivocado.
La mentira de Trump quedó corroborada por el director del FBI, James Comey, quien dijo en una audiencia del congreso: “No tengo ninguna información que apoye esos tuits.” Traducción: el principal espía del país salió en televisión nacional a decir que su jefe estaba mal.
Es muy poco presidencial que Trump se levante en la Florida y se ponga a disparar mentiras contra un ex mandatario sin tener ninguna evidencia. Lo menos que le podemos pedir al líder de la principal superpotencia mundial es que corrobore lo que va a decir en Tweeter y respire unos segundos antes de apretar el botón de envío.
Estos son tiempos muy difíciles. El país está partido por la mitad. Millones no votaron por Trump y ven con preocupación sus mentiras y sus comentarios racistas.
No entiendo cómo un presidente que quiere aprobar un nuevo plan de salud, cambiar las leyes migratorias y que tiene a un nuevo nominado a la Corte Suprema de Justicia, se pone a distraer la atención del país con falsedades.
El principal problema es que nos estamos acostumbrando a las mentiras de Trump. Son tantas y tan seguidas que ya no sorprenden a nadie. Como cuando dijo que los musulmanes estaban celebrando en Nueva Jersey tras los actos terroristas del 9/11 o que el papá del Senador Ted Cruz se reunió con el asesino Lee Harvey Oswald. Absurdo todo.
Pero cuando un presidente miente frecuentemente puede haber graves consecuencias para el país. Hay casos que requieren de absoluta confianza en el líder de una nación. ¿Qué pasaría en caso de un ataque nuclear de Corea del Norte o que se decida iniciar una nueva guerra en Siria? ¿Y si hubiera otro ataque terrorista en Estados Unidos? ¿Podríamos confiar plenamente en el presidente?
Lo más triste de todo es ver a un presidente que miente y luego, cuando lo agarran en la trampa, insistir en su error. Parece que Trump vive en un mundo de fantasías creadas por él mismo. “Yo soy el presidente y tú no”, le dijo como si fuera un niño a la revista TIME en una entrevista.
Trump tiene tanta necesidad de que lo vean como un presidente legítimo que no se da cuenta que sus mentiras y deseos de grandeza solo lo hacen ver más pequeño y trivial.