Yo soy la luz del mundo
Al principio de la creación del mundo, la tierra estaba sumida en las tinieblas. La primera intervención de Dios en este desorden y vacío fue hacer que la luz apareciese. Luego las acciones creadoras de Dios se sucedieron de forma maravillosa.
El espíritu del hombre sin Dios también está en la oscuridad, es incapaz de responder a las preguntas básicas que se hace: ¿Por qué nací? ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Qué me espera después de la muerte? Desde hace miles de años, pensadores y filósofos estudian estas preguntas, pero ninguno de ellos ha podido dar una respuesta satisfactoria.
Sin embargo, en la persona de Jesús, la verdadera luz vino al mundo (Juan 1:9). Él, el Hijo de Dios, es la respuesta a estas angustiosas preguntas. Mediante su vida en este mundo y por su muerte, revela el amor de Dios hacia los hombres.
En la cruz se cumplió perfectamente todo lo necesario para que este amor se pudiese manifestar a los hombres. No busquemos respuestas en las diversas ideologías que el hombre creó; más bien aceptemos esta luz que viene de arriba. Tengamos cuidado; cuando Cristo vivió entre los hombres, “los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Juan 3:19).
Aceptemos humildemente que la luz de Dios ilumine nuestra vida. Entonces todo nuestro ser será iluminado para discernir al Hijo de Dios, el Salvador. ¡Esto es conocer la luz de la vida!