Venid y ved
Una mujer de Samaria fue a sacar agua al pozo de la ciudad; allí encontró a Jesús sentado y cansado. Esta mujer no era feliz, su corazón estaba sediento, lleno de preguntas. Huía de sus semejantes, porque llevaba una vida moralmente desordenada. Con pocas palabras, Jesús ganó su confianza y le reveló que conocía todo su pasado.
Entonces la mujer dejó su cántaro y se fue. ¿Intentaba huir de la luz que Jesús proyectaba en su vida? No, corrió a la ciudad para llamar a aquellos de quienes huía, para que ellos también viniesen: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho”.
Jesús había alcanzado su conciencia, pero también había ganado su corazón. No le dijo: “Estate en tu lugar, no te acerques a mí, porque soy más santo que tú” (Isaías 65:5). Sin embargo, ¿quién era santo como Jesús? Jesús decía fielmente la verdad, pero traía la gracia que permitía soportar esta verdad. En vez de hacer que la samaritana huyese de él, la gracia de Jesús la atraía con poder. En vez de escapar, esta mujer fue a llamar a sus conciudadanos y los invitó a ir a Jesús.
Jesús conoce a cada uno de nosotros, como conocía a esta mujer. Respondamos también a esta invitación: “Venid, ved”. Y, al igual que la gente de esa ciudad, diremos: “Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente este es el Salvador del mundo” (Juan 4:42).