Aceptar
A menudo, en mi vida, esta sencilla palabra implica la idea de un esfuerzo ante las adversidades, dificultades o pruebas. Ante las diferentes decisiones que debemos tomar y frente a las obligaciones que forman parte de nuestra existencia, no siempre es fácil admitir la necesidad de tal o cual situación, como por ejemplo el tiempo de la vejez, cuando debemos aceptar el ineludible ocaso que conduce a la muerte.
Para el cristiano, aceptar es someterse a Dios. Es considerar que Dios permite o envía las circunstancias de nuestra vida, incluso las que nos parecen contrarias. Es reconocer en cada situación la mano del Señor, quien “bien lo ha hecho todo” (Marcos 7:37).
Quizá muy a menudo somos prontos para pensar que nuestros planes se arruinaron (Job 17:11), o tal vez decimos como Jacob: “Contra mí son todas estas cosas” (Génesis 42:36). Este patriarca ignoraba que Dios preparaba un inmenso sosiego para su corazón herido: volvería a ver a José, su hijo, a quien creía muerto…
Nuestro consuelo viene de la seguridad de que nuestro Padre celestial conoce y mide todos nuestros sufrimientos y nos acompaña en medio de la prueba. “En toda angustia de ellos él fue angustiado… en su amor y en su clemencia los redimió, y los trajo, y los levantó” (Isaías 63:9).
Aprendamos a aceptar de parte de Dios las situaciones dolorosas, convencidos de que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien (Romanos 8:28).