En plena luz
“Dios es luz” (1 Juan 1:5). Dios es santo, puro, sin mancha, glorioso. Cuando actúa se da a conocer, atrae, vivifica, purifica, alumbra, guarda, alegra, anima… Recibe el nombre de “Padre de las luces” (Santiago 1:17); “habita en luz inaccesible” (1 Timoteo 6:16); “se cubre de luz como de vestidura” (Salmo 104:2).
Jesús es la luz verdadera, que, al venir al mundo, alumbra a todo hombre (Juan 1:9).
La Biblia, la Palabra de Dios, es comparada a una lámpara (Salmo 119:105). Ella ilumina y comunica a los hombres el pensamiento de Dios. Nos muestra quién es él, quiénes somos nosotros y cómo quiere que vivamos.
El hombre que vive sin Dios está en tinieblas. En la Biblia, las tinieblas son más que la ausencia de la luz; son sinónimo de desgracia, de angustia, de duelo, de duda y de ignorancia, pues representan en general todo lo que está lejos de Dios.
¿Cómo se puede salir de esta oscuridad y de la perspectiva horrorosa de estar en las “tinieblas de afuera” de las que habla Jesús, cuando dice: “Allí será el lloro y el crujir de dientes”? (Mateo 8:12).
Aceptando a Jesús como nuestro Salvador, por la fe, reconociendo que es el Hijo de Dios, quien vino para ser condenado en nuestro lugar. Entonces podremos volvernos “de las tinieblas a la luz” (Hechos 26:18), y andar “en luz” (1 Juan 1:7), en la senda de los justos, que es “como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Proverbios 4:18).