¡Despertémonos!
A veces, despertar a un hombre dormido es hacerle un gran favor o incluso salvarle la vida. El dormilón, en efecto, pierde conciencia de su situación. Un ladrón puede entrar en su habitación sin que él se dé cuenta; un incendio se puede desatar en su casa y bloquear todas las salidas sin que él se percate de ello. ¡Cuántos accidentes automovilísticos son provocados por el sueño de un conductor cansado!
La Palabra de Dios toma el sueño como imagen de la inconsciencia del hombre respecto a su estado espiritual. Un enfermo, bajo el efecto de un tranquilizante, puede perder toda sensación de dolor y dejar de preocuparse por su enfermedad.
De la misma manera, el hombre puede acostumbrarse a vivir en una especie de somnolencia con respecto al presente, engañarse con ilusiones respecto al futuro, y ocultar los grandes problemas de la existencia: el pecado, la muerte, el más allá.
Algunos van por la vida como sonámbulos al borde de un precipicio. Nuestro deber es gritarles: ¡Despierte, está en peligro de muerte! ¡La realidad es muy diferente de lo que está soñando! Si no abre los ojos ahora, de repente se encontrará en la eternidad; entonces se despertará… ¡pero será demasiado tarde! Vuélvase a Jesús ahora mismo.
Y nosotros, creyentes, velemos para no dormirnos. Es el momento de honrar y servir a nuestro Señor. “Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando” (Lucas 12:37).