¡Sí, es grave!

 ¡Sí, es grave!

«El dulce pecado» es el lema de una pastelería ubicada en una esquina. Esta invita al transeúnte a satisfacer su gula calificada como «dulce pecado».

Reflexionando en la asociación de estas dos palabras, pienso en lo que el pecado le costó a mi Salvador: terribles sufrimientos en la cruz, la ira y el abandono de Dios. 

El clamor desgarrador de Jesús crucificado proclama enérgicamente la terrible gravedad del pecado a los ojos del Dios santo. 

No, Dios no trata el pecado con ligereza ni indulgencia. Él mide toda su gravedad, no según nuestros criterios, sino según su absoluta santidad. Si él hubiera podido cerrar sus ojos sin condenar el pecado, Jesús jamás hubiera sido crucificado. 

Dios nunca dice, como nosotros: «No es tan grave». ¡Sí, es grave! Es tan grave que Dios tuvo que sacrificar a su amado Hijo para resolver este terrible asunto.

En los evangelios Jesús revela el amor de Dios hacia el hombre pecador. Sin embargo, en ningún caso deja suponer que se pueda ser tolerante con el pecado. 

Cuando le llevaron una mujer sorprendida en adulterio, no la condenó, pero le dijo: “Vete, y no peques más” (Juan 8:11). A lo largo de su vida, Jesús supo lo que le costaría la presencia del pecado en el mundo. Vino para revelar el inmenso amor de Dios y, a la vez, su perfecta santidad ofreciéndose a sí mismo en sacrificio. Y Dios castigó a su Hijo, sin ahorrarle sufrimientos, para perdonar al pecador que se arrepiente.

Dios no puede soportar el pecado. Pero lo borra al precio de la sangre de su propio Hijo.

Editor

Rafael Navarro, es Comunicador Social- Periodista de origen colombiano, ha trabajado por más de 30 años en medios de comunicación en español, tanto en Colombia como en Estados Unidos, en la actualidad es editor del periódico El Nuevo Georgia.

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