“Otro nativista que muerde el polvo”
Frank Sharry opina sobre el final de Jeff Sessions
Jefferson Beauregard Sessions ya no es una fuerza en la política estadounidense.
Tuvo relevancia con el ascenso de Donald Trump, se convirtió en el Secretario de Justicia de la nación y persiguió férreamente cumplir con la más xenófoba agenda en la historia moderna de Estados Unidos. Desde el Veto Musulmán hasta el fin de DACA, la separación de familias o el aplastamiento del asilo, Sessions, con una sonrisa de oreja a oreja, impuso crueldad contra inmigrantes y refugiados.
Ahora, para todos los efectos, su carrera política ha terminado, tras ser derrotado en la elección primaria republicana en Alabama, su estado natal. Claro, fue derrotado en gran parte porque Trump quería castigarlo por haberse recusado de la investigación sobre Rusia, como lo estipulan las reglas del Departamento de Justicia. Pero todavía es digno de mención que una de las figuras antiinmigrantes más visibles de nuestra generación ha sido arrojada al basurero de la historia.
He visto a Sessions durante dos décadas. Se postuló para el Senado cuando este lo rechazó, tras el fallo de una magistratura federal debido a sus abiertas expresiones de racismo dirigidas contra los afroamericanos. Siempre tuve la impresión de que él necesitaba una nueva válvula de escape para su avanzado racismo y que lo encontró en la inmigración y en los inmigrantes. Debió haber pensado que estaba volando alto cuando respaldó al nacionalista xenófobo en la elección primaria presidencial y su candidato ganó.
Resulta que voló muy cerca del sol. Y tal como otros fanfarrones nativistas, la cera en sus alas se derritió y cayó al suelo.
Le pasó lo mismo que a otros que han mordido el polvo: el Sheriff Joe Arpaio; Steve king, de Iowa; Corey Stewart, de Virginia; Kris Kobach, de Kansas; Lou Barletta, de Penssylvania; Dave Brat, de Virginia, entre muchos otros.
El movimiento antiinmigrante y sus portavoces todavía están ahí, por supuesto, y algunos de estos personajes aún se esfuerzan por ser relevantes. De hecho, el Partido Republicano de hoy se define por el racismo, la xenofobia y el resentimiento blanco.
Pero el auge de este movimiento nativista se está diluyendo y casi se acaba.
Esto se debe a la amplificada dinámica establecida por Donald Trump y Jeff Sessions. Su radicalismo antiinmigrante ha obligado al pueblo estadounidense a escoger. Tenía que hacerlo.
Por márgenes considerablemente altos, los estadounidenses rechazan la adopción trumpista del racismo y la xenofobia. Cualquiera que sea el efecto movilizador de la xenofobia en los votantes republicanos, ha tenido un mayor efecto contraproducente respecto a la emergente mayoría multirracial.
El nativismo es una fuerza atrapada en un callejón sin salida, y el Partido Republicano tendrá bastantes dificultades para salir de ahí.
Es por ello que, llegado noviembre, tenemos optimismo en que Trump se unirá a Sessions y otros en el antiinmigrante Salón de la Vergüenza, y que al Partido Republicano le será extremadamente difícil salir del profundísimo hoyo que estos dos ayudaron a cavar.