Triunfo Biden-Harris: las lecciones de una democracia recuperada
Por: Maribel Hastings
Las espontáneas manifestaciones públicas de alegría por la derrota de Donald Trump y el triunfo de la fórmula demócrata Biden-Harris semejaban las de naciones donde es derrocado un dictador, más que una elección de Estados Unidos. Fue una especie de despresurización social tan ansiada como postergada, que su imagen nacional al unísono resultó ser el producto del esfuerzo por rescatar un país secuestrado. En otras palabras, ese júbilo fue la muestra más palpable de una democracia recuperada.
En 2008, por ejemplo, el triunfo de Barack Obama fue inspirador para un país que aún sufría los estragos de las mentiras en que años atrás se había diseñado la guerra en Irak y que le acarrearon a su sociedad un descrédito internacional que parecía interminable; pero lo ocurrido el sábado, cuando los medios noticiosos informaron sobre el triunfo de Biden, fue más bien una catarsis colectiva tras los cuatro años de ansiedad e incertidumbre que la presidencia de Trump han significado para una mitad de los estadounidenses en diversos frentes.
Sin embargo, todavía queda por ver qué ocurrencias tiene Trump en los dos meses y medio que le restan en el cargo, porque hasta el momento, sin que sorprenda a nadie, se ha negado a aceptar la derrota y sigue considerándose “víctima” de un fraude que solo existe en su febril cabeza, en las de sus facilitadores y en las de los 70 millones de estadounidenses que votaron por él.
Aun así, hay quienes en su mismo ámbito partidista ya se empiezan a desmarcar del presidente derrotado, y hacen bien, antes de que termine por arrastrarlos a su extinción política, al ninguneo profesional posterior y al repudio social por haber respaldado a alguien contrario al espíritu multicultural que inevitablemente anima al Estados Unidos del presente, a una nación desarrollada propia del Siglo XXI.
Unos 75 millones de estadounidenses, por otro lado, le dieron su voto a Biden y él debe entender que tiene ante sí una labor titánica, pues se trata de gobernar a una nación dividida con un Congreso hasta ahora también dividido, en tanto se determinan dos segundas vueltas en enero por escaños senatoriales en Georgia. Unificar, conciliar y convencer a sus conciudadanos de la necesidad de avanzar tendrá que ser, por supuesto, una de las primeras prioridades de Biden al frente de la Casa Blanca.
El presidente electo además lidera un bando demócrata donde también hay diferencias entre los sectores moderados y los más progresistas. Estos últimos fueron responsables de movilizar a mujeres y votantes de minorías a su favor, así que esperan que sus reclamos en materia de justicia social, racial, equidad e inmigración, entre otros, sean atendidos y resueltos.
Y aquí será necesario recalcar que la futura agenda presidencial no puede dar ni un paso atrás, sobre todo porque las expectativas han aumentado en una sociedad que, hoy por hoy, ya no se conformará con solo escuchar promesas de campaña para lograr votos, sino que estará atenta a su cumplimiento puntual. Las urnas, en ese sentido, serán la medida de cualquier éxito, pero también de cualquier fracaso.
El sábado, Biden y Harris no olvidaron referirse al peso del voto de estos sectores para garantizar su triunfo. Biden se refirió al voto afroamericano, sobre todo de las mujeres, en su ascenso. “Siempre velaron por mí y yo velaré por ustedes”, dijo. Y el voto latino también fue determinante: aunque el voto cubano y cubanoamericano favoreciera a Trump en el condado de Miami-Dade, en Florida el voto latino se decantó por Biden.
Que Trump tuvo ganancias entre los latinos y los afroamericanos con respecto a 2016, también es cierto, algo que ponderar para el Partido Demócrata, sobre todo en el caso de los latinos.
Es decir, es tiempo de que los partidos, los analistas y comentaristas dejen de representar a este voto como uno “homogéneo” o “monolítico”, cuando somos tan diversos ideológicamente como diferentes son nuestras nacionalidades.
Por eso resulta incluso caricaturesco cómo se utiliza el estereotipo de “lo latino” para elaborar vergonzosa propaganda de campaña, mítines con clichés culturales fuera de contexto, mensajes lingüísticamente lamentables, amén del anacronismo de eslóganes en un nuevo siglo al que le urgen referentes políticos mucho más frescos.
Las nuevas generaciones, por supuesto, deben encargarse de ello, a través de sus nuevas luchas, sí, pero también de sus nuevos objetivos en la sociedad que irremediablemente quedará en sus manos.
Y aunque nuestros intereses también son diversos, coincidimos en que los inmigrantes merecen un trato justo. De ahí que esperemos que de manera inmediata una administración Biden aborde los temas prioritarios, como restaurar DACA para los Dreamers y restituir el TPS para medio millón de ciudadanos de El Salvador, Honduras, Nicaragua, Haití, Sudán, Nepal y otras naciones, ambas medidas eliminadas por Trump. También esperamos que se restituyan las leyes de asilo.
Esto debe ser así, porque ha sido una resistencia absoluta a la avalancha de ataques e intentos de aplastamiento emanados nada menos que de las propias autoridades gubernamentales, de tal modo que se trata ahora de recoger la cosecha de todos los esfuerzos que se han hecho para contrarrestar esa especie de política de “tierra arrasada” que ha puesto en práctica la actual Casa Blanca contra las minorías de este país.
En fin, Biden no la tiene fácil, pues primero tiene que lidiar con una pandemia a la que Trump ignoró, le restó importancia y de la cual se ha burlado, pese a los más de 230,000 fallecidos por el virus, a los millones de desempleados, a una economía en jaque y a la siniestra reaparición de una nueva ola supremacista que se niega a aceptar las nuevas realidades de Estados Unidos.