¿Estabas ahí cuando crucificaron a mi Señor?
Este es el título de un himno del repertorio de cantos «espirituales negros». Todavía hoy interpela a cada auditor y subraya el horror del crimen cometido contra Jesucristo, el único hombre justo y santo (Hechos 3:14). Él, quien a cada paso manifestaba el amor de Dios, fue crucificado por los hombres.
¿Qué habríamos hecho si hubiésemos vivido en ese momento? Quizá pensemos que hubiésemos estado a favor de Cristo, pero la Palabra nos muestra que incluso sus discípulos huyeron (Marcos 14:50).
Pedro, quien había asegurado estar dispuesto a ir con Jesús hasta la muerte, lo negó tres veces (Lucas 22:33). Todas las clases sociales de entonces fueron responsables: Judas, por codicia, lo entregó a los sacerdotes (Mateo 26:14-16); y éstos, por envidia, lo entregaron a Pilato (27:18); la multitud gritó: ¡Sea crucificado!
Pilato, como tenía miedo, lo entregó a los soldados romanos para que fuese crucificado, pero Jesús dijo: ¿Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen? (Lucas 23:34).
Dejemos que esta escena toque nuestro corazón para que reconozcamos nuestro pecado. Seamos conscientes de que aparte de los sufrimientos infligidos por los hombres, Cristo soportó el peso de la ira de Dios contra nuestros pecados, y aceptemos su inmenso perdón.