Mucho que aprender
La resistencia humana de muchos en la lucha por sobrevivir me quedó demostrado en mi reciente viaje a los Andes peruanos, visitando comunidades nativas, y emblemáticos escenarios en la región de Cusco.
Aprovecho esta columna para contar un poco de esta travesía, que recordando un poco lo vivido, parece irreal. Lógicamente pasamos (mi familia y yo) por la legendaria Machupichu, ciudad sagrada de los Incas, construida a dos mil 200 metros sobre el nivel del mar y cuya edificaciones aun permanecen como testimonio de una cultura avanzada y con amplios conocimientos de ingeniería, arquitectura, astrología y agricultura. Por eso es declarada Patrimonio y una de las Séptimas Maravillas del Mundo Moderno.
Indudablemente llama la atención la ciudad de Cusco, y sus alrededores con su aire de época y cientos de sitios arqueológicos que la hacen un lugar obligado de los turistas que buscan visitar sitios exóticos e importantes.
Pero quiero destacar dos sitios que visitamos con gran interés. La Montaña de los Siete Colores y la Laguna Humantay. Indudablemente la belleza de ambos es lo que atrae a los visitantes, pero lo que quiero resaltar es el trayecto.
Para llegar hay que hacer un viaje en carro desde Cusco. Un tramo se hace en la carretera habitual, una hora y media, mas o menos, para luego tomar la vía destapada cuesta arriba de los Andes. A lado y lado se puede observar la majestuosidad de las montañas con una panorámica hermosa, pero con la sensación que estamos a merced del abismo.
Para la Montaña de los Siete Colores, hay un punto en que se llega en los carros pero el trayecto hacia la cima se puede hacer a pie o a caballo, en ambas direcciones. A la Laguna Humantay, solo la ida se puede hacer a caballo. El regreso se hace caminando por el peligro que representa hacerlo en el lomo del animal. Ambos lugares están habitados por las comunidades nativas que en lo posible buscan preservar estos parajes, limitando el acceso y siendo ellos mismos los guías de los visitantes.
En la zona de la Laguna Humantay, por ejemplo, los carros llegan hasta cierto punto. De allí en adelante, se hace la travesía a pie y si se prefiere, nativos ofrecen sus caballos para llegar a la cima, una travesía que reta cualquier estado físico. Un camino de herradura en donde sólo cabe el caballo y su jinete, y a un lado la montaña y al otro el abismo.
Subir es escabroso pero al llegar se baja hasta este paraje sagrado rodeado por el nevado de Salkantay a más de 4 mil metros sobre el nivel del mar. Cuando se mira esta inmensidad, se nos olvida la aventura peligrosa que acabamos de realizar.
Retomando el camino a estos lugares destaco lo que para nosotros debe ser muy difícil entender. Por ejemplo, estas comunidades no tienen los servicios más básicos, como un buen servicio de electricidad, no hay internet, televisión, o servicios médicos. Pareciera que hubiesen detenido el tiempo y confiaran todavía en la creencia de sus ancestros. De hecho, en la comunidades rurales que todavía viven en los páramos, los sacerdotes locales son lo más parecido a un médico.
Muchos nativos y nativas venden artesanías y recuerdos en medio del frío de la montaña, mientras que otras llevan a sus alpacas o llamas decoradas, para la típica foto con estos animales emblemas de los andes peruanos. El visitante solo ve lo pintoresco de la escena, pero más allá de ello, se percibe lo difícil y no menos extraordinaria fortaleza de estas comunidades que todavía conservan el lenguaje quechua y muchas de sus costumbres milenarias, que casi nada tienen que ver con la que ya estamos acostumbrados en un país de primer mundo.
Finalmente quiero referirme a uno de los guías que encontramos en el camino a la Laguna. Juan es un adolescente de 14 años que ya conduce a los turistas en su caballo. Su anhelo es ir a la universidad por lo que no duda en subir y bajar la montaña dos veces al día para ahorrar dinero. Quiere estudiar informática y en su espontaneidad nos confesó su sueño de llegar a ser algún día el presidente de su país. Quién sabe, tal vez se le convierta en realidad su deseo, como a nosotros lo fue el haber visitado su territorio Inca.