UN VERANO CRUEL
La idea era llevar a Carlota, de 13 años, a ver la acrópolis. La majestuosa ciudad alta, con el Partenón y el Templo de Atenea, fue durante siglos el centro de la vida religiosa y política de los griegos.
Nada como ver y tocar la historia. Los boletos estaban comprados hace meses y nuestro vuelo había llegado a tiempo. Pero había un problema: el extremo calor.
Los trabajadores de las ruinas -y de la máxima atracción turística de la ciudad- se fueron a la huelga por las altísimas temperaturas reportadas en la capital griega, llegando a los 48 grados centígrados (118 Fahrenheit) en la cima de la famosa colina. Y no pudimos entrar. En la noche, casi de consolación, pudimos ver las imponentes columnas iluminadas del Partenón desde lejos, en el concurrido vecindario de la Plaka. Algo es algo.
Veníamos de Roma donde, también, las altas temperaturas estaban causando estragos y enviado a mucha gente a los hospitales. Superando un día los 41 grados centígrados (105 F.), la popular Fontana di Trevi parecía más bien una tentación ilegal a un brinco de distancia que la típica parada de los tours.
Todo esto podría ser una aburrida anécdota de viaje si no se tratara de algo muy serio. En palabras muy burdas, hemos jodido al planeta. Y hay regiones donde ya no parece haber vuelta atrás.
El río Tigris, en Mesopotamia, tiene cada vez menos agua, debido al proceso de desertificación que convierte áreas verdes y cultivables en tierras áridas y desérticas. Y el río Bravo/Grande, que es la fuente de vida e irrigación en ambos lados de la frontera entre México y Estados Unidos, también se está secando. Como vemos frecuentemente en las noticias, muchos inmigrantes ya no tienen que nadar para cruzar el río, les basta saltar unos charcos con piedras cuando la corriente está muy baja. Y otros mueren en el desierto y las montañas.
El pasado mes de julio se convirtió en el más caliente que se tenga registro, según la Organización Meteorológica Mundial. “El cambio climático está aquí”, dijo alarmado Antonio Guterres, el Secretario General de Naciones Unidos. “Es aterrador. Y esto es sólo el principio. La era del calentamiento global ha terminado, ahora es el momento de la era de la ebullición global…Para grandes partes de América del Norte, Asia, África y Europa, es un verano cruel…Y para los científicos, es inequívoco: los humanos tienen la culpa.”
Y los humanos ya estamos pagando las consecuencias.
Los días de temperaturas extremas solían ser pocos. Pero ahora se están dando en rachas de semanas o más. Un caliente ejemplo. La ciudad de Phoenix, Arizona, reportó 31 días seguidos de temperaturas que alcanzaron al menos los 43 grados centígrados (110 F.), rompiendo la antigua marca de 1974 de 18 días con ese calor. El titular del diario The New York Times fue preciso: El Mes En Que Phoenix Estuvo En El Infierno.
Esto tiene enormes consecuencias. Phoenix es una de las ciudad de mayor crecimiento en Estados Unidos. Pasó de 4.2 millones de habitantes en el 2012 a más de cinco millones en el 2022, de acuerdo con cifras de la Oficina del Censo. Y no solo eso. Es un gran negocio comprar casa en Phoenix. En el 2022 las casas aumentaron de precio en Phoenix, en promedio, más del 32 por ciento respecto al año anterior. Más que en Miami. Más que en cualquier otra zona metropolitana de Estados Unidos.
Pero debido a la escasez de agua, el estado de Arizona ha limitado la construcción de nuevas viviendas en la zona de Phoenix. ¿Quién quiere vivir en una ciudad donde un mes al año sufres temperaturas que te evitan salir de la casa y donde se proyecta que en el futuro próximo no habrá agua suficiente para todos?
Estos golpes de calor no se resuelven con más aires acondicionados. El 89 por ciento de las casas en Estados Unidos tienen aparatos de aire acondicionado frente a solo un 19 por ciento en Europa, según la Agencia Internacional de Energía. Europa y otras partes del mundo han recurrido durante siglos a una arquitectura que favorece el enfriamiento natural de sus construcciones. Pero ante el aumento de las temperaturas, poner más aires acondicionados, lejos de resolver el problema de fondo, lo acrecentaría. Las unidades de aires acondicionados generan más emisiones de gases que calientan la atmósfera -10 por ciento del total- que los aviones y los buques.
Lo que nos viene es mucho calor, mucho sudor y pocas soluciones a corto plazo. Ya veremos cómo se comporta el mes de agosto, pero podríamos estar viviendo el verano más caliente de nuestra historia. “Sueños afiebrados en la quietud de la noche”, canta Taylor Swift en su canción Un Verano Cruel. Eso es lo que estamos viviendo. Y días infernales tan pronto se asoma el sol.