Santificados
El mismo Dios de paz os santifique por completo;
y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo,
sea guardado irreprensible para
la venida de nuestro Señor Jesucristo.
1ª Tesalonicenses 5:23.
El verbo santificar significa «poner aparte». Para el creyente, esta santificación reviste tres aspectos:
La santificación inicial define el estado de todo creyente. Mediante su fe en la obra de Jesús en la cruz, el creyente forma parte de la familia de Dios, sea cual sea su nivel de conocimiento espiritual.
Esta puesta aparte es, pues, el privilegio de todos los creyentes. Es definitiva y eterna: Somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados (Hebreos 10:10, 14).
El segundo aspecto de la santificación es creer lo que soy santificado por la obra de Cristo y aplicarlo a mi vida cotidiana. El creyente se separa del mal y busca el bien. Nunca llegará a la perfección en la tierra (a un estado sin pecado), pero siempre debe encaminarse hacia ese objetivo.
Esta separación tiene lugar cuando pone en práctica las enseñanzas de la Palabra de Dios, con la ayuda del Espíritu Santo y mirando hacia Cristo, quien nos santifica (Juan 17:17, 19). Es responsabilidad del creyente purificarse del mal en vista de esta santificación diaria. Involucra tanto al cuerpo como al alma y al espíritu (2ª Corintios 7:1).
La santificación final está relacionada con la condición del creyente en el cielo, donde será semejante a Cristo (1ª Juan 3:2), totalmente liberado del pecado y separado para Dios.