La masacre que viene
Esta es la historia de cómo un intento de diálogo terminó con un disparo en la cabeza. Desafortunadamente no es un hecho aislado. Ha ocurrido en el pasado y, si nada cambia rápida y radicalmente, se volverá a repetir muy pronto.
Lo único que quería hacer la congresista Gabrielle Giffords el sábado pasado por la mañana era reunirse con posibles votantes frente a un supermercado en Tucson, Arizona. Pero Jared Loughner, cargando toda la intolerancia del mundo y con una pistola, terminó con el diálogo y con la vida de seis personas, incluyendo una niña de nueve años de edad.
¿Por qué ocurrió esto? Primero lo obvio. Porque el joven blanco de 22 años de edad pudo conseguir una pistola semiautomática que le permitió disparar en múltiples ocasiones sin tener que recargar el arma.
Es facilísimo comprar rifles y pistolas en Estados Unidos. La segunda enmienda de la constitución estadounidense lo permite. Ese derecho tenía sentido en 1791. Pero en el 2011 ya no. Es necesario poner muchas restricciones a aquellos que quieran adquirir armas de fuego. Pero muy pocos políticos se atreven a proponerlo por el temor de ser atacados por el influyente National Rifle Association (NRA) y ser objeto de sus campañas durante las elecciones.
Pero por no limitar apropiadamente el acceso a las armas tenemos masacres como la de Tucson. Y la del Tecnológico de Virginia. El 16 de abril del 2007 un estudiante mató a 32 personas con dos pistolas.
Miles de esas mismas armas, de fácil acceso en Estados Unidos, son las que terminan en manos de narcotraficantes mexicanos. Esa anticuada pero aún poderosa tradición política es en parte responsable por los miles de muertes en ambos lados de la frontera.
Sería fácil culpar de locos y desbalanceados a Jared Loughner y a Cho Seung Hui, quien perpetró la masacre del 2007 en Virginia. Quizás lo eran. Pero hay mucho más.
Tenemos que reconocer que hay problemas sociales que permiten este tipo de comportamiento y que van más allá del fácil acceso a las armas.
Estados Unidos está viviendo un terrible período de intolerancia. Republicanos y Demócratas se atacan frecuentemente en público. La radio y la televisión están llenas de comentarios cargados de odio y de prejuicios. El diálogo está siendo reemplazado por el enfrentamiento y el conflicto. Los gritos dominan sobre los argumentos razonados.
No es coincidencia que la última masacre haya ocurrido en Arizona. Fue ahí donde se aprobó hace poco una ley (SB-1070) que discrimina en contra de latinos e inmigrantes.
“Arizona”, dijo el sheriff del Condado de Pima, Clarence Dupnik, “se ha convertido en la meca del prejuicio y la discriminación.” Tiene razón. La masacre de Tucson es parte de una creciente cultura que promueve la intolerancia y la violencia.
Hay más. No podemos subestimar el factor guerra. A muchos sorprende que un jóven como Jared Loughner haya provocado una matanza como esta. Pero Jared y millones de jóvenes norteamericanos están creciendo en un país que está involucrado en dos guerras (Irak y Afganistán).
Ellos crecieron viendo a los adultos y a los líderes de su país resolver sus problemas y diferencias con otros por la fuerza. Eso es lo que vieron por televisión, repitieron en juegos de videos y aprendieron de niños. Y al crecer basta uno solo, armado con una pistola y algunos prejuicios, para ocasionar una matanza.
Me parece magnífico y aleccionador el llamado a la cordura y a la civilidad por parte de muchos políticos y líderes de opinión tras la masacre de Tucson. Pero una vez que pase este ciclo noticioso, mi temor es que este tipo de tiroteos se repitan. Una y otra vez.
Todas las condiciones están dadas para otra matanza en Estados Unidos: las guerras como contexto, el creciente clima de intolerancia política, una crisis económica que exacerba los ánimos y millones de armas disponibles por muy pocos dólares. Todo esto es preámbulo de la masacre que viene.