Surfear a los 55
El instructor no sabía lo que yo estaba haciendo ahí. Había llevado a mis hijos a surfear pero yo también quería aprender cómo pararse en una tabla y dejarse llevar por las olas. Todo es parte de un plan personal para no dejarme rebasar por el futuro. De lo que se trata es no terminar como una cámara Polaroid: inservible y recordando que el pasado color sepia fue mejor.
Me dieron una tabla de casi el doble de mi estatura y me pusieron a practicar…en la arena. Playa Tamarindo es espectacular, con atardeceres para no cerrar nunca los ojos y un mar fogoso. Dejé los juegos en la arena y rápidamente me enteré que el Pacífico no tiene nada de pacífico. Sobra decir que cuando te revientan en la espalda olas de dos y tres metros de alto, más que surfear lo mío era el buceo.
Al final les cuento cómo terminó mi aventura submarina. Pero mi lección costarricense fue que lo más peligroso en este mundo es dejar de moverse: física, intelectual y profesionalmente. El que no se mueve, literalmente, muere o desaparece.
Todos los días encuentro en la internet nuevos inventos y reglas. El común denominador es que nadie quiere esperar. El empleado recién contratado no está dispuesto a invertir 10 años en una empresa antes de aspirar al puesto del jefe. Lo quiere hoy. Si se te ocurre una nueva idea, la norma es ponerla en práctica lo antes posible y sin temor. Nuestra época está marcada por el fin del miedo. Se acabaron los tiempos de los temerosos y prudentes.
Apple, Microsoft y Amazon se han convertido en líderes del mercado por su compromiso a innovar y a nunca quedarse atrás. Más que defender lo que ya hicieron, están ocupados en adivinar y hasta dictar el futuro.
El columnista del diario The New York Times, Joe Nocera, nos recordaba hace poco como la empresa que produce los teléfonos Blackberry tenía en el 2009 el 22 por ciento de mercado. Su teclado y su tecnología a prueba de robos convirtió a los Blackberry en casi una necesidad corporativa. Pero en lugar de evolucionar y comprender que los consumidores querían una pantalla interactiva y miles de aplicaciones a su disposición, se quedaron con el viejo modelo. El iPhone, que salió al mercado en el 2007, los desplazó y hoy Blackberry apenas controla el 2.7 por ciento del mercado. Esto me recuerdan las cámaras Polaroid.
Polaroid era una empresa extraordinaria. Inventó en 1948 la primera cámara que podía imprimir instantáneamente sus fotografías. En 1963 imprimía ya a colores y en 1976 se vendieron más de seis millones de cámaras. A pesar de su tamaño, que hoy nos parecería gigantesco e incómodo, tener una Polaroid era símbolo de modernidad, sofisticación y eficacia. Era casi magia: hacías click y segundos después tenías una fotografía en tus manos.
Edwin Land, el creador de la primera Polaroid, estudió en Harvard pero no terminó su carrera. Prefirió concentrarse en sus inventos. (Décadas después Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, también dejaría Harvard para vendernos la idea de que la mejor manera de tener amigos es no verlos en persona y comunicarse con ellos por la internet.)
Land se retiró de la empresa en 1982 y algo terrible pasó en Polaroid. Dejaron que el futuro los rebasara. La tecnología de la fotografía digital, originalmente diseñada para usos médicos y militares, se extendió a todo el mundo y ya a principios de este siglo reemplazó los rollos de cámaras y las húmedas impresiones de las Polaroid. La empresa se fue a la quiebra en el 2001 y luego, otra vez, en el 2009 con muchos dueños de por medio.
Polaroid, en lugar de ser pionera de la nueva tecnología digital, prefirió defender su viejo modelo. Y perdió. Vivir de recuerdos es morir un poco. Tampoco pudieron imaginarse que hoy en día las cámaras fotográficas sean redundantes e innecesarias en un planeta dominado por teléfonos inteligentes. Polaroid cometió un doble suicidio profesional: se perdió la revolución digital y también la de los celulares. Así es imposible sobrevivir. Polaroid se hizo un dinosaurio.
Mi abuelo Miguel, nacido en 1900, me contaba con asombro cuando le tocó ver una plaza alumbrada por primera vez. Sobra decir que, para él, subirse a un avión era casi ciencia ficción. En su época los cambios se daban lentamente, se medían en décadas. Hoy no.
Google y Wikipedia han reemplazado los 20 pesados tomos de la Enciclopedia Británica que con tanto esfuerzo compró mi papá a insistencia de mi mamá. Las cartas y el servicio de correo están siendo desplazados por Facebook, fundado en el 2004, y Twitter que surgió en el 2006.
Uno de cada siete habitantes del mundo tiene cuenta de Facebook. ¿Cuándo fue la última vez que escribiste una carta de amor, la pusiste en un sobre con estampilla y la enviaste por correo? Netflix entendió el futuro mejor que las tiendas de video Blockbuster y las librerías Borders. Y Fusion, una cadena de televisión creada por ABC y Univision, sale al aire el 28 de octubre para la creciente y joven población latina que prefiere hablar inglés.
No podemos esperar a que el futuro nos alcance. Hay que estar adelante. Y la única manera de hacerlo es reinventándonos. Para eso es preciso estar dispuesto a aprender cosas nuevas. Por eso me puse a surfear por primera vez a los 55 años de edad. Tras un par de horas de intentos fallidos finalmente me levanté en la tabla y, tambaleando, recorrí unos 30 metros empujado por las olas. No hay mucho que presumir.
Al final de la tarde, como trofeo, me quise tomar una foto con mis hijos en la playa pero los celulares se habían quedado en el auto para no mojarlos. “Ojalá tuviéramos una Polaroid”, pensé. Pero no me atreví a decirlo en voz alta. Mis hijos seguramente hubieran dicho: “¿Qué es eso Papá?”