La efímera gloria de los cónsules

 La efímera gloria de los cónsules

La masiva migración de hispanos al estado de Georgia que en el censo del 2000, y cuyos subsecuentes resultados desde el 2001 encendieron las alarmas de unos y las especulaciones de otros, trajo también a esta ciudad una ola de nuevas misiones consulares, para atender a sus respectivas comunidades y establecer quizá, nuevas ventanas de negocios con sus países, cual es el objetivo primordial de estos estamentos.

Por su tamaño y protagonismo, el mexicano ha sido siempre el consulado de mayor tamaño, más controvertido, el más visitado, el más voluminoso en personal, el más criticado, pero sin duda el que marca la pauta de una u otra manera en el ámbito de la comunidad hispana de esta parte del país.

Por largo tiempo las misiones diplomáticas colombiana, ecuatoriana y peruana, y guatemalteca, por reseñar algunas estuvieron en manos de cónsules honorarios, los que servían sin otro interés que ser útil a su gente y así persisten hoy figuras notables y sin tacha como las de Teresita Fraser, vitalicia cónsul de Guatemala en Atlanta y Patricia Boezio, de Ecuador.

Llegaron con cargos de ministros, embajadores, cónsules de carrera o cónsules generales, funcionarios de los gobiernos de Colombia, Honduras, Perú, El Salvador, Costa Rica, Argentina, Guatemala y recientemente Ecuador, cada uno con la misma misión entre sus manos: Servir a su gente más allá de su territorio, porque ese, es el verdadero espíritu de estas misiones, o por lo menos, ese debe ser su tarea primordial.

Pero venir es una cosa, permanecer es otra, e irse una completamente diferente, porque, por lo general llegan con gran ruido, hacen su trabajo muchas veces de incógnitos y como si le tuvieran miedo a la prensa local y cuando se van, lo menos que les gusta hacer es encontrarse con un periodista en su camino.

Excepciones han sido la del reconocido ex cónsul de México Teodoro Maus, cuyo retiro de ese cargo llegó a tener visos de macondiano, en la medida en que, casi todos los fines de semana, antes de su partida, estaba atendiendo una despedida, y a todas asistió y con todos hablaba como lo sigue haciendo.

En materia de escándalos el consulado de Honduras en esta ciudad, nació con el mal y hasta hace poco es cuando ha venido a entrar en un periodo de recuperación moral, con la llegada de la nueva titular a comienzos del 2011.

Y en materia de ruido, el consulado de El Salvador llegó con una energía que solo Asdrúbal Aguilar, un curtido luchador por su gente podía infundirle, en calidad de cónsul general, hasta cuando entró en ese período de sombra en que, parecen entrar todos, y para saber qué están haciendo o hay que ser medio magos, o hay que esperar un escándalo para saber que se van.

Y eso fue lo que pasó con Aguilar Zepeda, quien basado en un informe del gobierno de su país, utilizó sus influencias políticas para trasladar la misión consular a un lugar cuya descripción no concuerda con la que le dio a su gobierno en ese momento, no corresponde en planos, no tiene la misma dimensión y por ende costaría menos, y aun peor, gente de su familia al parecer, hacían uso de los predios del consulado para negocios personales.

Logró Aguilar Zepeda una notoriedad entre los medios locales y sus demás colegas, porque siempre estaba al pie del cañón, aunque a veces le interesaba más salir en fotos en la prensa de su país haciendo obras de “caridad”…y así vivió su gloria!

En otros casos, misiones consulares como la colombiana ha sido dejadas acéfalas por largo tiempo y nadie sabe nada de nadie, y todo pasa y nada pasa.

Algo tiene que cambiar en las misiones consulares y en la forma como los funcionarios adelantan su labor, frente a la comunidad, si bien es cierto que disponen de recursos y de personal, no es menos cierto que informar sobre lo que hacen, es parte de su deber y de su responsabilidad, y esto, no es solo cuando les conviene, o cuando vienen de mesías, también cuando se van.

Rafael Navarro

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