Netanyahu: voz suave, palabras fuertes
Lo primero que sorprende del Primer Ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, es su suave voz. A veces inaudible. Hay que acercarse para oirla. Pero eso contrasta con sus fuertes palabras y con sus posiciones políticas tan duras. No cede ni un solo argumento.
Venía de prisa. Acababa de llegar de Washington, donde se reunió con el presidente Barack Obama. Pidió que se bajara la temperatura del aire acondicionado en la suite del hotel Palace y comenzó la entrevista. ¿Es cierto que no se lleva bien con el presidente Obama?
“Somos como una vieja pareja”, me dijo. Se han reunido más de una docena de veces. “Tenemos nuestras diferencias… (pero) estamos de acuerdo en muchas más cosas que en las que no acordamos.”
Sobre Irán no hay total acuerdo. A Israel le preocupa que las actuales negociaciones internacionales lideradas por Estados Unidos le permitan a Irán algún tipo de capacidad nuclear. “Irán ha prometido destruir a Israel y quiere desarrollar bombas atómicas”, me dijo, “naturalmente como Primer Ministro estoy preocupado porque la historia no le va a dar al pueblo judío una segunda oportunidad.”
Netanyahu venía preparado para defenderse y, luego, para pasar a la ofensiva. El presidente palestino, Mahomud Abbas, acusó recientemente a Israel en la ONU de “crímenes de guerra” y de “genocidio” por la muerte de más de 2,200 palestinos en Gaza, incluyendo civiles y niños. ¿Lo tomó como un ataque personal?
“Eso es absurdo. Israel fue atacado por estos terroristas de Hamas, disparando miles de cohetes contra nuestras ciudades”, me dijo. “Y no solo dispararon misiles contra (nuestros) ciudadanos sino que se escondieron detrás de sus propios civiles, usando niños como escudos humanos. Obviamente nos teníamos que defender.”
Insisto. “Lo están acusando a usted de crímenes de guerra”, le dije. “Los crímenes de guerra que se cometieron fueron realizados por Hamas”, me respondió, pasando al contraataque. Netanyahu llegó a la entrevista con una fotografía. Mostraba a un hombre encapuchado, identificado por él como un terrorista de Hamas, a punto de ejecutar a un palestino arrodillado. “ISIS decapita personas”, me dijo, refiriéndose al grupo islámico que controla partes de Siria e Irak. “Y Hamas les pone una bala en la cabeza. Pero para las víctimas y sus familias el horror es el mismo.”
Le comenté que escuché su discurso en Naciones Unidas y que me pareció carente de cualquier esperanza para la paz. No tuvo ni un solo gesto o palabra para buscar nuevas negociaciones con los palestinos, le dije. “Al contrario” respondió. “Creo que debemos tener dos estados -uno para el pueblo judío y otro para el pueblo palestino…Debemos tener un mutuo reconocimiento pero también acuerdos de seguridad que eviten que grupos como Hamas o ISIS tomen control de las zonas que evacuemos en Cisjordania.”
Netanyahu se quedó pensando un momento y luego, viéndome a los ojos, me dijo. “¿Usted pregunta si queremos la paz? Déjeme decirle algo. Yo he ido a guerras. Me hirieron en una operación para rescatar a civiles de un avión secuestrado por terroristas. Casi me ahogo en el canal de Suez en un conflicto con Egipto. Nadie quiere más la paz que Israel. Conocemos el horror de la guerra. Sabemos lo que se siente al perder un ser querido. Yo perdí a un hermano. Nadie quiere más la paz que nosotros, pero una paz que dure.”
Netanyahu, de 64 años, está cargado de anécdotas. Su padre -un historiador de la edad media en España- le dijo que debería aprender el castellano para leer a Cervantes en su lengua original. Pero ni aprendió el español ni a usar las redes sociales. Cada viernes al atardecer, al celebrar el ritual del Shabbat, les prohíbe a sus hijos y familiares el sentarse a la mesa con un celular en la mano.
Me quedaba tiempo para una pregunta más. Se acercaba el Yom Kipur, la conmemoración religiosa anual en que los judíos se arrepienten de sus pecados y piden perdón. ¿Qué ha hecho mal que necesite que lo perdonen? pregunté. “Necesito muchos Yom Kipurs para eso”, me dijo el hombre de la voz suave, apenas esbozando una sonrisa.