Centroamérica es considerada una de las zonas más violentas América Latina
Adriana García
Ante el politizado ambiente que se vive en Los Estados Unidos, de cara a las elecciones presidenciales de este año y los complejos problemas internacionales donde se involucran muchas naciones occidentales y medio oriente, resultan frecuentemente olvidadas regiones como Centroamérica.
Resulta interesante el reciente artículo del analista y consultor especializado en violencia y conflictos armados, Sergio Maydeu-Olivares, publicado por Barcelona Center for International Affairs, quien afirma que en los últimos veinte años, Centroamérica ha visto cómo la aparición de pandillas callejeras y la expansión reciente de la red de narcotráfico mexicanas han puesto en jaque la estabilidad política, económica y social de esta área y amenaza con extenderse al resto de la región.
No es desconocido el hecho de que esta violencia tiene origen en las condiciones extremas de pobreza, así como en el hecho de que muchos de estos países vivieron guerras civíles de las cuales germinaron grupos guerrilleros armados, quienes tras el fin de estos eventos transitaron a la formación de grupos mercenarios de toda índole, que incluyeron negocios como el narcotráfico.
De acuerdo con Maydeu-Olivares, el epicentro de esta violencia se sitúa principalmente en Honduras, Guatemala, El Salvador y Belice, países que poseen una de las tasas de homicidios más altas del mundo y son reconocidos como los países más violentos de toda América Latina. Si bien Panamá y Nicaragua también presentan altos niveles de criminalidad, llevan mucha distancia de las cifras registradas por Honduras y El Salvador.
El autor afirma que el costo económico de la violencia para esta región es enorme, causando la pérdida de hasta un 8% de su PIB y afectando la actividad económica de los países, que se ven afectados con grandes pérdidas a su productividad, costes de producción y la limitación de la inversión extranjera.
Socialmente hablando, Maydeu-Olivares dice que esta violencia reduce la calidad de vida de la población, al restringir la libertad de movimiento de las personas, provocar un bajo rendimiento escolar y un alto abandono educativo por parte de los adolescentes, al generar serios problemas de salud mental, modificar conductas y estructuras sociales y aumentar la vulnerabilidad de las mujeres.
Las maras o pandillas callejeras afectan el tejido social, según Maydeu-Olivares, al cohesionar a sus miembros para llevar a cabo actividades delictivas, mientras que choca frontalmente con la normalización y socialización de las comunidades. Por su parte, el crimen organizado, el otro gran catalizador de la violencia en Centroamérica, actúa haciendo uso de la violencia extrema que se favorece por el entorno social que las encubre y corrompe al Estado.
Si bien los gobiernos centroamericanos han utilizado una política de “mano dura” que ha incluido la movilización de sus ejércitos, sustituyendo en muchos casos las funciones de las fuerzas de seguridad públicas, no se han alcanzado resultados efectivos. Centroamérica sigue siendo una de las regiones del mundo con mayores niveles de impunidad y violencia, ubicando a la zona como la ruta principal de entrada de narcotráfico sudamericano hacia Los Estados Unidos.
El repunte de esta violencia durante la última década tiene un impacto directo en los movimientos migratorios que se producen en la región. Los desplazamientos de esta población centroamericana, que a través de México llegan a Estados Unidos, siguen siendo producto de la pobreza y violencia, observándose a una población migratoria que huye de las extorsiones de grupos pandilleros, amenazas directas de muerte, el deseo de evitar que menores sean reclutados por pandillas u organizaciones narcotraficantes y que sufran abusos sexuales. Para Maydeu-Olivares, nada parece indicar que en el corto o mediano plazo, esta situación vaya a revertirse.