¿Y no será mucha humanidad y poco Dios?
Adriana García García
Violencia, destrucción, crueldad y la ausencia de compasión parecen ser temas recurrentes y cotidianos del diario acontecer moderno. Desde los programas televisivos más comunes, incluyendo los infantiles, hasta el uso y abuso del amarillismo, de un lenguaje sarcástico y vulgar en diversos programas de radio y tele, y la exposición constante de imágenes crudas e indolentes en casi todos los noticieros, se observa una degradación gradual de valores sociales y morales que hasta hace algunas décadas eran considerados elementos sustanciales en el funcionamiento de una sociedad sana, y que hoy día parecen ser ignorados por completo.
Y no es entonces sorpresiva la ocurrencia de incidentes como el reciente arrollamiento doble por dos diferentes vehículos de transporte de un infante, en plena calle de una ciudad china, dónde se observa sin mayor recato el pasar de los transeúntes sin el más mínimo deseo de prestar ayuda a la víctima.
Como tampoco lo es la impasibilidad con que se expuso el cadáver del dictador Muammar Qaddafi en los medios de comunicación, que si bien dicho asesinato está justificado bajo una bandera de revolución moral y justiciera en Lybia, mostró el alto grado de entumecimiento moral humano que se gozo más bien en la exhibición de un trofeo de caza con una interminable sesión de fotos ante la sangrienta escena, dejando tras sí una serie de cuestionamientos sobre la verdadera civilidad del hombre.
Bien pudieran justificarse estos actos bajo la sentencia de que tales eventos ocurrieron en culturas distintas a las de occidente. Sin embargo, ¿acaso esos países no están también en búsqueda de sociedades más civilizadas y ordenadas, aunque sea bajo sus propios preceptos de moralidad?
Llamó mi atención entonces el artículo de Roberto Blancarte, en la revista Milenio y su título “Mucho Dios y Poca Humanidad“, en el que pregunta “¿dónde están las iglesias, las religiones, los dirigentes religiosos para condenar esta barbarie?”… y añadiría yo ¿dónde está la voz de la sociedad en general?, no sólo en este evento sino en tantos actos de violencia que se observan todos los días y a todos los niveles.
Blancarte señala, ¿Y ya nadie se escandaliza en nuestros medios?, ¿Estamos tan enfermos que hemos perdido nuestra humanidad?”. Tristemente el autor concluye que…“El problema es que muchos hablan de Dios e incluso pretenden hablar a nombre de él para justificar cualquier cosa, desde la obediencia a las autoridades hasta la rebelión contra las mismas“.
Y es que las sociedades tan sofisticadas y tecnificadas como en las que vivimos hoy día parecieran acercarse cada vez más a la barbarie, cuando se trata de valoraciones morales y sociales, de conceptualizaciones básicas entre bueno y lo malo, lo correcto e incorrecto.
En la mayoría de los casos, las sociedades funcionan gracias a la concesión de intereses personales y poder individual a manos de un gobierno por el bien común de la agrupación y por supuesto, en países como Estados Unidos, existen sistemas políticos como la Democracia que promueven supuestamente valores más elevados y apegados a los derechos de la humanidad, a los conceptos de libertad, justicia y respeto.
Sin embargo, parece estarse perdiendo la línea entre lo que resulta propio e impropio. Lo observado en el caso de la pequeña de dos años, Wang Yue, o bien el caso de Gadafi, no es sino el resultado de los valores con que se están educando e influyendo a las generaciones de hoy.
Enfocados demasiado en la obtención de una educación intelectual, en la obtención de bienes y placeres materiales como el único fin del éxito, estamos dejando de lado el propósito real del ser humano, la valoración auténtica sobre el aprecio y respeto a la vida de un ser humano. En su libro Especies en Peligro, Stehen M. Younger señala que…“vivir en una sociedad incluye ciertas responsabilidades, entre algunas las de prevenir lo nocivo, lo perjudicial (evil)”… Evitar que situaciones como las antes citadas ocurran es un imposible, no obstante, optar por reforzar una mayor concientización al respecto en las presentes y futuras generaciones es posible.