LA MÁGICA “LENTITUD” DE UN JUEGO DE BÉISBOL

Es toda una tarea titánica intentar descifrar uno de los encantos con que el beisbol magnetiza a sus aficionados: su “lentitud”. Y no puede ser para menos ya que sus mínimos 9 innings de duración se celebran sin que prive la urgencia del tiempo, esto sin contar si se presenta la necesidad de los inesperados extrainnings. Es así como transcurre una de las características esenciales del béisbol, que inexplicablemente es lo que lo hace tan atrayentemente pausado, tan lento, que a veces muchos encuentros parecen durar una “eternidad” en  una especie de reto excitante a la paciencia de sus incondicionales partidarios. Y no es cuestión de que el marcador permanentemente registre carreras de lado  y lado dando como resultado un abultado marcador. Aunque parezca paradójico sus más fieles entusiastas les agrada sobremanera aquellos desafíos que finalizan con pizarras apretadas con registro de 1 carrera por cero, 2 a 1 o 3 rayitas por 2, marcadores que sin embargo, no quitan la sensación de  “lentitud” que acompaña al deporte rey.

      Más para intentar descifrar el encanto de la “lentitud” del béisbol hay que echar mano de la teoría de la relatividad que sostiene que la localización de los sucesos físicos, tanto en el tiempo como en el espacio, son relativos al estado de movimiento del observador. Porque hay que estar claros. Si la “lentitud” se puede definir como velocidad escasa de una acción, proceso o movimiento, entonces, ¿el béisbol es lento en relación a qué? Porque lo que el beisbol exhibe en abundancia, es acción y movimiento. Solo que la relatividad general nos ayuda a comprender por qué los jugadores de béisbol comparados con lo que ocurre con sus similares en una cancha de fútbol o en una de basquetbol, se parecen a los moáis de la isla de Pascua. Adentrados ya en la relatividad general ahora se nos hace más fácil descifrar en dónde reside el enigma de su “lentitud”. Al contrario de lo que ocurre en el fútbol y en el basquetbol, el béisbol no depende del látigo del reloj, de ese pitazo que indica que todo ha llegado a su final. El resultado de un encuentro de fútbol que se halle 5 goles a 0, o de uno de basquetbol con una diferencia en la pizarra de 18 puntos, faltando solo por transcurrir un minuto del tiempo pautado, jamás será alterado.

      Pero, en el caso del béisbol, para el placer o el disgusto de los aficionados, siempre habrá que alcanzar el último out. Ya Yogi Berra, como parte de su legado, nos dejó una célebre frase para que no nos desesperemos: “El juego no se acaba hasta el out 27”. Y es que el pitcher o el bateador jamás podrán demorar la acción a la espera del pitazo final, por lo que, ausente la exigencia del tiempo predeterminado, se hace propicio el nacimiento del mágico encanto de la “lentitud” del béisbol, con toda la carga que representan las probables jugadas que puedan ocurrir, porque, al contrario de lo que acontece con los técnicos en el fútbol y en el basquetbol, usted puede predecir con una alta probabilidad de acertar, lo que decide hacer el manager del equipo de béisbol, en una especie de extraordinaria compensación que el aficionado recibe por la proverbial “lentitud” del béisbol. ¿Cuál aficionado en el estadio o acomodado en la tranquilidad del hogar ante el televisor no asoma la posibilidad de un toque de sacrificio, un robo de base o  de un bateo y corrido?

     Si bien el béisbol tiene numerosas reglas, ninguna de ellas resulta complicada para digerirla. Así, que si lo que deseamos es disfrutar del mágico encanto de la “lentitud” del béisbol y adentrarnos más en su dinámica y naturaleza, sólo vale seguir esta norma, que se hace ley: “No aparte la pelota de su vista, sígala a donde vaya. Nada va  a ocurrir donde ella no esté. Absolutamente nada que sea de importancia para el resultado final del encuentro”. Es lo que explica porque ningún asistente a un encuentro de béisbol abandona su puesto hasta que no se materializa el último out.

Antonio D. Figueroa. abogantoniofigueroa@hotmail.com

Editor

Rafael Navarro, es Comunicador Social- Periodista de origen colombiano, ha trabajado por más de 30 años en medios de comunicación en español, tanto en Colombia como en Estados Unidos, en la actualidad es editor del periódico El Nuevo Georgia.

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