Viaje a mi querida patria surrealista
Por: Teodoro Maus
Acabo de regresar de un viaje, de unos cortos días, a la ciudad de México, donde, además de visitar a mi hermana y su prole, tuve la oportunidad de volver a ver, pasear, deleitar y reconocer los espacios que aún quedan en mi memoria, de la maravillosa ciudad que conserva esos olores y sabores que me acompañaron desde mi nacimiento hasta el momento en que por diversas razones la cambié por los olores más suaves, pero más tramposos, de las sureñas gardenias y las magnolias.
Como siempre que viajo a la ciudad donde nací, el tiempo me pareció demasiado corto y, también como cada viaje, sentí que apenas había comenzado a sentirme a gusto cuando ya llegaba el momento de regresar a mi nuevo hogar.
Pero esta vez, quizás porque este viaje tuvo iguales momentos de tristeza como de alegría, noté algo que no había considerado anteriormente. Permítame explicarle, estimado lector:
Llegamos al aeropuerto Benito Juárez distinguido con la apelación de “internacional”, no por su calidad de diseño, o de funcionamiento, sino porque lleva más de cuarenta años tratando de cambiarse de localización, a un terreno que sea del tamaño adecuado para cubrir sus necesidades presentes.
Pero no ha sido posible moverlo porque está impedido, bloqueado por intereses de partidos políticos, por presiones de campesinos, de constructores, de avaricia gubernamental y privada y otros bichos del mismo tejido.
Y así es que al momento en que sales del aeropuerto te encuentras con los primeros signos y códigos que tanto impresionaron al padre del surrealismo europeo, André Breton: la ciudad de México o, si prefieres, el viejo Tenochtitlán, capital del extraordinario imperio azteca, la ciudad-lago que fue destruida múltiples veces por tantos ejércitos extranjeros, después de que los ejércitos indígenas vecinos la destruyeran para entregársela a los conquistadores, como venganza por todas las derrotas sufridas a manos de los caballeros águila y de los caballeros tigre.
Tenochtitlán, el asiento del Templo Mayor, donde se celebraba el sacrificio de prisioneros capturados en batallas expresamente llevadas a cabo para escoger victimas que se convertirían en dioses cuando el sacerdote principal se pintara con la sangre de la víctima.
Tenochtitlán, la ciudad por la cual se mataba y se moría: la Fortaleza que albergó un batallón de niños-cadetes militares de que se enfrentaron a sus pocos aaños de edad al ejército invasor norteamericano que buscaba anexar la otra mitad de un país ya vencido y, por el otro costado, ciudad ocupada por dos ejércitos encabezados por dos generales que la fábula ha querido convertir en simples rufianes que la historia enaltece y celebra en su paso por el centro del Palacio de Gobierno, ahora Templo Azteca.
Y así me voy dando cuenta que la ciudad de México, ya de por si compleja y bella, lo es aún más porque toda ella es una compleja madeja de contradicciones, de cuentos que vibran, a veces con los temores de los sismos geológicos que como advertencia de que el subsuelo donde reposa el Templo Mayor sigue vivo, de que solamente está en descanso, tal vez dormitando, recobrando fuerza para volver a atacar como lo ha hecho en tantas otras ocasiones, en búsqueda del corazón de sus habitantes.
Mi México, en un tiempo la ciudad más poblada del mundo, y una de las más serenas, donde con solo evitar un par de bien marcadas colonias donde la violencia formaba parte del “folclore” para turistas, y donde se podía pasear a cualquier hora de la noche o del día, ciudad ahora de las más violentas del mundo (si vamos a tener violencia, vamos a tenerla en mayor grado que cualquier otra….que caray!!!).
Y solo para no perder su carácter de “surrealismo a la mexicana”, veo al área donde llegan y van los taxis que alimentan (o vacían) a los pasajeros.
Hay varios taxis de varios colores, para diferenciarse unos de los otros. La fila más grande tiene automóviles color amarillo-perico, y un letrero grande, frente a los autos que dice “taxis autorizados”. La fila junto a esa, autos blancos, con el letrero, igual de grande, que lee, “autos no autorizados”. Usted escoja…. Yo me quedo con todo el paquete: Viva México!