¿Cómo estás?
Esta es la típica frase de saludo a la que respondemos con una frase igual de típica: «¡Muy bien, gracias!». Incluso si las cosas no van bien, evitamos aburrir a los demás con nuestros asuntos personales, con cosas que no les conciernen y que en general no les interesan. De todos modos, no pueden ayudarnos. Por ello respondemos: «Bien, gracias», y cambiamos de tema.
Pero hay Alguien que se interesa realmente en nosotros, que desea nuestro bien, y que al mismo tiempo tiene el derecho de controlar nuestra vida. Suponga, querido amigo, que es Dios quien hoy le hace esta pregunta: ¿Realmente le va bien en todo?
En el ámbito familiar, profesional y, sobre todo, en su ser interior, ¿Todo va bien? ¿Está feliz y no teme al futuro, ni siquiera al más allá?
No podemos escondernos de Dios mediante una respuesta evasiva y cortés, y tampoco podemos engañarlo. Además, ese Dios que nos interpela conoce perfectamente nuestras necesidades y preocupaciones, y quiere ayudarnos, pues es amor y se interesa personalmente por cada uno.
Pero tampoco se impone. Él espera que cada ser humano reconozca que, en definitiva, el balance de su vida sin Dios y a la merced de los deseos personales es más bien un fracaso. Hoy todos los que, al creer en Jesús, han permitido a Dios el Padre entrar en su vida pueden decir francamente, incluso en la adversidad: «Todo va bien».