El valor de un gorrión
Lidia, mi hija de cinco años, vino corriendo muy emocionada a mostrarme un gorrión que traía en sus manos; el pajarito se había caído del nido y su corazón latía fuertemente. –¡Mira, papá, qué lindo es! Vamos a darle de comer. Pero antes de que el día terminara, la niña lloró desconsolada porque el pajarito había muerto.
El tesoro que esta pequeña criatura frágil y dependiente fue para mi hija durante algunas horas me hace pensar en las palabras del Señor Jesús recordadas en el versículo de hoy.
Sí, Señor, tú declaras cuál es nuestro valor a tus ojos y a los ojos de tu Padre, pues quieres que estemos seguros de tu fidelidad, tu constante ayuda y tu infinita bondad. Ese pequeño gorrión es obra de tus manos, creación maravillosa sin duda. Tiene un instinto admirable, pero cuando cae… ¡todo se acaba!
A nosotros, los seres humanos, nos diste una inteligencia y, sobre todo, la facultad de conocerte. En nuestras almas está impreso el recuerdo inmortal de aquel que nos creó y que se nos revela.
¡Fuimos creados a tu imagen, oh Dios… pero no podemos estar en tu presencia debido a nuestro pecado! Somos esclavos de Satanás, ¿quién nos librará?
Tú nos compraste al precio de la sangre de tu propio Hijo, derramada en la cruz. Nos diste la vida eterna a los que hemos aceptado a Jesucristo. ¡Este es el valor que tenemos a tus ojos, valor mucho mayor que el de muchos gorriones! Entonces, ¿qué podemos temer?
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