No buscaba a Dios
«No buscaba a Dios. Me era indiferente, pese a que mis padres habían dejado las comodidades de la vida en Suiza para ser misioneros en África del Sur. Vivían una fe vigorosa y gozosa, fundada en la Biblia, leída y meditada en familia, y sobre todo obedecida. Yo admiraba todo esto, lo respetaba, pues amaba a mis padres. Pero su religión no me interesaba…
En el año 1960 dejé mi familia y África del Sur, mi país natal, para empezar mis estudios de Historia en la Sorbona, en Francia.
En nuestra vieja Europa descubrí el enfrentamiento inmisericorde de dos civilizaciones, la del ser y el parecer…
Un domingo en la tarde, en los años sesenta, en una estación de tren, todo se derrumbó… Repentinamente perdí incluso el sentimiento de existir. La sensación de la presencia de mi cuerpo me abandonó…
En su misericordia Dios, en un abrir y cerrar de ojos, quitó el velo sobre la vanidad de mi vida, sobre mi orgullo sin límite, mostrándome que el fruto, el único salario del pecado, es la muerte; que sin Él yo estaba espiritualmente muerto.
…siguiendo el ejemplo que da el matemático Pascal, que en aquel entonces yo ignoraba, hice mi propia apuesta. Si Dios no existe, no tienes nada que perder. Pero si existe, todavía puedes ganarlo todo… En pocas palabras dije a Dios: «¡Seamos claros! No creo en ti, pero no soy omnisciente. Si existes realmente, cosa que dudo mucho, no soy yo el que debo encontrarte. ¡Revélate tú a mí!
Incluso a una fe tan incompleta, el Dios todopoderoso responde. No se produjo nada tangible; mi estado de abatimiento persistió aún largos meses. Pero desde ese momento pasé del mundo del pecado al reino de la gracia.
Durante quince largos meses, la convicción de mi estado de pecado ante mi Creador santo y justo no dejó de aumentar hasta que, maravillado, al fin descubrí que su ira, la cual yo merecía, había caído en la cruz del Gólgota sobre su muy amado Hijo, nuestro Salvador y Señor Jesucristo.
Fue así como el único verdadero Dios, Creador del cielo y de la tierra, Sostén infalible de su creación, Soberano legislador y Redentor de su pueblo, se dio a conocer a mí. En medio de mi admiración, descubrí que ese Dios era totalmente digno de toda mi confianza; y su Palabra escrita, la Biblia, era verdadera, totalmente fiable».
Pasajes del testimonio de J.-M. B.