Serias consecuencias
Un joven que se desplazaba en una moto intentó robarle el bolso a una joven. Ella trató de impedirlo y se cayó; su cabeza se golpeó contra el andén… y murió. En un instante los padres y amigos de esta joven se hallaron sumidos en una gran tristeza. En un instante también la vida del joven motociclista cambió radicalmente: de ladrón pasó a ser asesino.
Este triste suceso nos llama la atención y hace que sintamos la terrible gravedad del pecado. Podemos considerar que el robo de un bolso no es demasiado grave, pero ¿somos capaces de medir las consecuencias de un pequeño robo, de un gesto violento, de una palabra sin reflexionar, o de una mentira? ¿Las dominamos? ¿Podemos repararlas?
Además, ¿realmente debemos medir la gravedad de un pecado respecto a sus consecuencias? No, ante el Dios santo, ningún pecado puede ser considerado «pequeño». Un solo pecado nos cierra para siempre el acceso al cielo. Entonces, ¿qué hacer?
Dios envió a su Hijo unigénito a este mundo. Jesús, quien era inocente, llevó sobre sí mismo el juicio que merecían nuestros pecados. Dios lo castigó en nuestro lugar. Para todo el que cree en Jesús, el tema del pecado está solucionado. “La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).
Jesús dice: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).