Un canto en la niebla
En los alrededores de la isla de Terranova (al este del Canadá), a veces la niebla es tan densa que los pescadores no pueden ver el faro ubicado en la entrada del puerto. Cuando el radar todavía no existía, a veces los marineros vagaban durante mucho tiempo en la neblina, algunas veces muy cerca de la costa, con el riesgo de chocar contra un iceberg o estrellarse contra una roca.
Entonces, a la hora en que los barcos debían regresar, las mujeres y los niños de los marineros se reunían en el muelle y cantaban con todas sus fuerzas. En medio de la oscuridad, esas voces amadas guiaban a los marineros perdidos hacia la claridad del faro y hasta el puerto.
Esto nos hace pensar en aquellos que no saben cómo orientar su vida. Están perdidos en una especie de niebla que les esconde la verdadera luz: Jesucristo.
Sin embargo, si prestaran atención, escucharían esas voces dirigidas a ellos. Provienen de aquellos que, habiendo descubierto para sí mismos la salvación y la paz, pueden hablar a otros de Aquel
que los salvó.
Esas voces invitan a encontrar en la Palabra de Dios la buena dirección y el camino para ir a Jesús. Él es esa voz amada que nos guía para entrar en el puerto deseado. Estar en ese puerto es estar seguros, firmemente asidos, mediante vínculos que no se pueden romper, a los amarraderos.
Así sucede con el que ha creído en el Señor Jesús. Pertenece al Señor, tiene la vida eterna y nadie puede arrancarlo de sus brazos. Su vida está ligada a Aquel que está sentado a la diestra de Dios, en su trono.