Una luz que brilla
“Vosotros sois la luz del mundo”, dijo Jesús a sus discípulos. Cada hijo de Dios recibió “la luz de la vida” (Juan 8:12). Es “luz en el Señor” (Efesios 5:8). Al igual que una lámpara que es colocada para iluminar toda la habitación, el cristiano puede hacer brillar a su alrededor un poco de esta luz que él mismo recibe de Cristo.
¿Mi luz brilla primeramente para “todos los que están en casa”? (Mateo 5:15). Es en mi entorno, en mi propia familia donde debería mostrar primeramente el fruto de la luz, que “es en toda bondad, justicia y verdad” (Efesios 5:9), tratando de agradar al Señor.
También tengo que rendir testimonio ante los hombres. Dios invita a todos los cristianos a brillar “como luminares en el mundo; asidos de la palabra de vida” (Filipenses 2:15-16).
Pero, ¿cómo puedo pensar en hacer brillar la luz en este mundo si yo mismo no he ido a la fuente de la luz? Ella está en Jesús: “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo” (Juan 1:9). Solo la fe en él puede llevarme a confesar mis pecados, a hacerme pasar “de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9).
Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).